16 diciembre 2006

Agua en la cara tímida de la luna

Resbalan gotas de agua mojada por la piel. El agua de deshielo es cálida a veces.

Miro fina tierra oscura, casi arena. Restos erosionados de un glaciar célebre.

Pienso en agua tan cálida como tu piel y las pequeñas piedrecitas arrastradas por el glaciar corren entre mis dedos.

Te pienso saciando tu sed y me muero de sed.

Dentro de mis párpados veo la luna en su parte oscura.

Miro sus laderas, muerdo sus montañas, nado en los mares llenos de mi sed. Bebo ríos de agua levemente salada.

Hay agua y glaciares en la luna. Entre relieves y labios el agua glaciar se vuelve cálida y sabe dulce y salada y huele al intenso perfume del deseo.

Y los restos de sedimentos milenarios que corren por mis dedos en forma de tierra húmeda me dicen que esto no es un sueño.

Resbalan las gotas sobre la piel que ya estaba mojada y mojo con ellas mi piel.

25 noviembre 2006

AIRE

Hay ciudades de agua, de sol, de puentes rojos imposibles, ciudades con ríos, ciudades de luz, de mar, de canales, ciudades… Y ahora sé que también existe una ciudad del viento

Visité un día la ciudad del viento. Me sorprendí en otro momento mirando las aspas de molinos blancos girar en lo alto de las lomas. Siempre hace viento en algunos lugares.

Gigantes blancos más aerodinámicos que aquellos contra los que luchara Don Quijote. Gigantes al fin y al cabo.

Me pregunto si el aire sirve para descongelar. Sé que hay frigoríficos con un ventilador interno, pero también hay hornos con ventilador. ¿Esos ventiladores blancos y grandes sirven para descongelar?

Los besos saben a historia en la ciudad del viento. Quizás por eso los romanos anduvieron durante un tiempo por allí; el suficiente para dejarnos, a los contemporáneos, bonitas ruinas. Yo lo agradezco.

El viento esparce las palabras las ideas, los mensajes… dispersa las letras y crea post extrañamente dispersos.

07 noviembre 2006

"EL CORAZÓN DE LA POESÍA CHINA"

Parecía una persona “normal”. Pronto me di cuenta, en el transcurso de la cena, que esa mujer sabía chino. Pero seguía pareciendo alguien “normal”. Yo comía, callaba y escuchaba. Sólo respondí cuando me preguntaron. Ella hablaba de Asia Oriental. A su lado su amiga Búlgara quiso hablar de otras cosas y me eligió a mí.

Ahora ya no parecía una persona tan “normal” era la oradora, la protagonista de esa conferencia. El hecho de que supiera chino no era una anécdota. Había cenado con una de las ponentes de ese evento sin enterarme. Era simpática.

China y su poesía. Tono llano, ascendente, descendente, entrante, oblicuo. Fascinante ese tono oblicuo. Quiero ser oblicua. Quizás si lo consigo logre entender ese laberinto de contradicciones de que se compone la poesía china.

Un corazón mitad yin, mitad yang. Eso lo explica todo. Armonía en la contradicción. Yo que soy más griega que china pienso en Heráclito.

Trato de concentrarme, me gustan esos dibujillos. Caracteres Chinos. Hombres, hombre, ausencia de plural, ¿y las mujeres? Me faltan datos, me pierdo. Me cuesta mantener la concentración. Debí haberme tomado otro café. Ahora es tarde.

Sentada trato de no moverme. Escucho. Corazón y sentimientos chinos expresados con palabras que evocan a la montaña, el vacío… A mi izquierda está sentada una amiga. A la derecha tú.

Hay mucho espacio a mi izquierda. A mi derecha apenas hay separación. No me lo explico, yo no me acerqué a ti, sólo me senté y traté de concentrarme en las palabras de la conferenciante.

Te miro, a veces. Estás cerca. Rozo tu brazo, tu pierna. Trato de no hacerlo, pero, repito, estás cerca.

La ponente habla del espacio en poesía. Huecos que forman parte del poema en el chino y sus traducciones. También en cualquier otro idioma. Tú decides poner espacio, te levantas y sales. Y llena el espacio la poesía china. Voces educadas para la opera china, instrumentos que no han cambiado en siglos, historias de la naturaleza para expresar sentimientos. Tono oblicuo y misterio… ninguno de los oyentes sabe chino, pero todos guardan silencio. Tú ya estás fuera esperando. Oímos el mismo poema chino separadas por unos metros de aire. El espacio es afín a la poesía.

El espacio trajo frío. Durante horas hubo, mesas, lluvia, vasos, truchas, tazas de café y té, palabras y personas… llenando el espacio entre las dos. Hacía frío.

Oblicuo yin y yang en contradictoria unión en la escuela de idiomas modernos y el frío desapareció. El corazón de la poesía china es contradictorio, creo. Como todo buen corazón.

Cerca. Se acoplan con sorprendente facilidad cara y cuello, huecos entre los dedos con otros dedos. Tu sonrisa se engancha a la mía. Deja de hacer frío.

Pienso que los besos, como el “Tao”, son difíciles de expresar con palabras, por eso decido dejar de usarlas por un rato. Poesía…

29 octubre 2006

Pastillas azules



-Me duele la cabeza doctora –dije yo. Durante segundos que parecieron eternos ella me miró. Finalmente se levantó y sin dejar de mirarme se acercó a un mueblecillo situado a la derecha de su mesa. Notaba, todavía, sus ojos sobre mí mientras con suma lentitud abría uno de los cajones del mueble. Su mano y sus ojos, por primera vez lejos de los míos, se metieron en el cajón. Y como resultado entre sus dedos apareció una pequeña caja roja. Sus ojos volvieron a mí. Y me la dio.

-Tómate dos de estas. Luego reposa.

En mis ojos se dibujaron unos ocho interrogantes. Pero ella no me dejó verbalizarlos. Se había levantado y me invitaba sin contemplaciones a salir de la estancia. La puerta abierta y su mirada en la mía mientras con su mano me mostraba el camino de salida.

Unas pastillas azules. Dentro de la caja. Ninguna receta. Ya en casa miraba incrédula las pastillitas metidas cada una en su camisa de plástico. Tomé dos.

Y lloré. Lloré todas las lágrimas bebidas durante siglos de existencia. Lágrimas azules, verdes, rojas… blancas como la nieve. Negras como la noche.

Me sorprendió el final del día con los ojos mojados.

No quise reposar. Por eso en la noche más negra corrí para secar tantas lágrimas… Hasta que paré sin lograr secarlas.

Finalmente sólo lloré.

Y arrastraron las lágrimas los miedos, los sueños, pensamientos y sentimientos, células muertas y otras vivas, dolores intensos, indolencias persistentes… Mezcladas en disolución difusa, esperanzas con prejuicios, las caricias, los desprecios…

Después calma sonrisa.

Vendaval de disculpas de aquellos que en algún momento me hicieron llorar.

No saben que algunos médicos recetan pastillas para llorar. Pastillas que se tornan en lágrimas que fluyen en busca de sonrisas.

Guardo unas pastillitas azules para el dolor de cabeza.

21 octubre 2006

Con vistas a la Luna

Si miro con atención aparecen pequeños pliegues entre los cráteres. Es especialmente bella la zona de sombras. El suelo se eleva y se proyecta como sombra sobre otro suelo más llano.

Muevo la mano para tocar ese cráter. Podría luego entrar, caminar, oler la no-atmósfera de esa tierra pequeñita llena de heridas. Pero sólo logro tocar aire. Si aparto el ojo de la lente el aire cobra una realidad insólita.

Aire denso rodea mi cuerpo y al otro lado sólo un telescopio que me acerca y me aleja.

Se mete en mis ojos el negro sólido del aire nocturno vacío de cráteres y sombras.

Miro otra vez, ahora sin lente. La veo circular eterna, redonda… sobre su luz el reflejo de una estrella cercana, rojiza, enorme, pequeña. Piensa que no la miro, cree que sólo me fijo en supernovas disfrazadas de rojas gigantes. Piensa… ¿los astros piensan?

Vuelvo a mí. Mi ojo frágil se posa, de nuevo, en esa lente fría.

En mis ojos un cráter lejano y cercano. En mis labios se engancha un pliegue pequeño de ese cráter. Con mis manos, agarro, beso, la cara oculta de la luna.

15 octubre 2006

Sobre mi hielo.

Vita en segundo plano con pantalón rojo.

Miro una foto en la que sonrío. Antes del hielo. Ojos, labios, dientes… sonríen. Y yo también. No sé si ahora sabría sonreír así.

Quería congelar esa sonrisa y me congelé toda yo. Pero lo hice cuando ya no sonreía.

Conservé la vida… no sé si la sonrisa también.

Mezclo recuerdos vividos con los sueños soñados, trozos de mí helados con otros ardientes… me congelé mientras besaba aquellos labios raros que sabían a vino y a canciones aún no compuestas.

Tras horas de extraña conversación, vino, música y algo de comida, recuerdo mis manos sobre sus hombros, en el suelo. Su cabeza cayó sobre mí y nos quedamos así quietas. Eternos segundos de sueño mezclado con mi incipiente hielo manchado de vino. Pesaba su cabeza… no me atrevía a moverme. Finalmente lo hice.

Me congelaba mientras me besaba y… sin embargo, sabía que necesitaba besarla. Para vivir, para congelarme, para morir, para descubrir que podía volver a besar así.

Durante eternos extraños meses recompuse mis cristales de hielo. Dispuestos en hileras infranqueables. Aún no entiendo cómo pudo entrar alguien.

Esos ojos día tras día sobre mí. Las manos en mi cara, los dedos junto a la boca. Los besos… los suspiros y los cuentos. Las horas de sonrisas. Los miedos.

Mojada y sorprendida… ella me enviaba mensajes para explicar lo extraña que se sentía. Confundida en mis manos, perdida yo en las suyas.

En el hielo, fuego. Hielo mezclado con miedo. Hielo rodeando mi cuerpo. Y en el hielo sonrisas. Unas cuantas de regalo.

Luego… más hielo… perdida en él ya no quise abrir puertas ni ventanas. Quise volver a recomponer el orden de mis pequeños cristalitos. Unos azules los puse en mis orejas, otros los tragué. Anduve por las nieves buscando más. Más hielo difícil de deshelar.

Y, sin embargo, con el verano llegó puntual el deshielo. Deshielo sin besos, sin caricias, sin sentidos revueltos, deshielo porque sí, porque yo lo decidí así. Sólo eso.

Ahora… me deshielo sin regalos. Duele, cuesta, siento que a veces me rompo como el glaciar al final de su camino.

Rota, ahora soy agua, fluyo… y observo brillar en el deshielo un bonito destello azul escapado de una estrella aún lejana.

13 octubre 2006

Fiebre

Noto las fibras de los músculos de mis piernas en situación estática. Hay músculos largos que van desde arriba a las rodillas. Los he visto, a veces, en tensión mientras mi corazón se aceleraba.

Se desbocan ahora las mínimas fibras que componen mis piernas. Dolidos los músculos junto a las rodillas, caderas... también cerca de las lumbares… Las yemas de los dedos se revelan, mientras noto con intensidad los pómulos en la cara, garganta y labios; enormes labios resecos. Y duele la postura en la silla.

Me inunda un vendaval de calor. Desde dentro mi piel quema y me quema por fuera. Miran brillantes los ojos enormes, calientes, rojos. Me subo en la nube de calor y pierdo mi consciente prudencia que tapa mi inconsciencia.

En mis neuronas una caja pequeña llena de recuerdos. Vagamente recuerdo vendavales con calores extraños. En la nube roja se difumina la sensación de dolor.

Veo el mundo desdibujado a través de los gruesos párpados que tapan mis ojos y pienso en cuanto cuesta pensar.

Mi “super yo” se cansa y marcha a dormir. Queda conmigo esa parte irracional de mí que nada en agua ardiendo. Y escribo sin más porque sé que mis labios resecos no pueden hablar. En mi cuello lijas terribles me piden que calle. Escribo.

En los resquicios de mi piel busco un escondite para los besos que se escapan enlazados en letras que engancho a mis dedos. Sólo encuentro ardor extraño que duele en forma de nube difusa. Rojo en los ojos cerrados que miran sin ver… siento que pierdo las ganas de mantener el oremus.

En un palito curioso, con un raro metal líquido dentro, se marca la intensidad de mi extraño vendaval. Miro. Tengo fiebre. ¿Es sólo eso?

08 octubre 2006

Me mueves

Yo quietecita sentada como un pasmarote. A mi silla le gusta moverse. Pero si anclo bien los pies en el suelo permanece quieta, yo con ella. Y me quedo así, sin más. Mirando fijamente. Sin parpadeos, sin devaneos, sin querer, en modo alguno, cambios en mi postura.

Y de repente te asomas a mi ventana.

En mi cara hay pequeños (incrédulos pequeños pliegues) de gesto raro. Pero permanezco inmóvil. Soy yo quien debería asomarme a mi propia ventana, pero ahí estás tú.

Te asomas y te vas. Vuelves y te quedas. De repente desapareces…

Mi silla tiene ruedas.

Es una buena silla. Hubo un tiempo en que la usé como transporte. La bajaba a la calle me sentaba y con un mínimo impulso conseguía una cómoda velocidad de crucero que me permitía llegar hasta el lugar en el que hago como que trabajo. Allí echaba el ancla y me quedaba un ratito cada día. Lo justo para ganar unas monedas con las que vivir.

Me pusieron una multa. Vehiculo no homologado, ponía. Ahora mi silla tiene el ancla echada permanentemente y yo me quedo inmóvil encima. Mirando por la ventana.

A veces te asomas.

A veces te vas.

He notado estos días que algo se mueve dentro. Creo que me tragué una de las ruedas de mi silla. Si te asomas verás que sigo quieta, con el ancla enganchada a mis pies atados a mi cuerpo estático.

Pero las apariencias engañan. Tengo, ahora, una rueda en el estómago. Que se mueve, arriba, abajo, en diagonal y también en sentido horizontal.

Hace leves cosquillas de esas que a veces sacan lágrimas sin risas y sonrisas de esas que no saben de motivos. A veces incluso pica, duele, me gusta y me hiere. Quise digerirla. No sé.

En el centro de mi cuerpo, dentro, movimiento.

¿Me mueves o me muevo?

En la ventana letras que giran, a la vez que giran las ruedas lentas ahora en mi barriga.

A veces saltan los anclajes y yo me muevo al ritmo que marca tu mirada en mi ventana asomada.

04 octubre 2006

Agua en los ojos


Groenlandia, como yo, se deshiela. Agua dulce centenaria se mezcla con agua salada y el mar, como yo, crece.

El azul del cielo contagia al mar y el mar a mis ojos. Me han dicho que tengo agua en los ojos.

Verde, azul, gris, turbulento o calmado… el mar en ambos iris. No sé esconderme en el mar. Quizás por eso cuando siento cierro los ojos. Demasiado desnuda si los dejo abiertos. Y es con ellos cerrados que mi mente vuela al mar de hace unos días…

Arena llena de mar en mis pies… sólo pies que caminan. Cuatro pies y una voz. Yo escucho.

Deslizo arena entre mis dedos, rescato recuerdos entre mis miedos, agarro una antigua casa de almeja y retengo dos o tres palabras escépticas.

Se metamorfosea mi inquietud en rara tranquilidad marina.

Groenlandia, la tierra blanca que quiso ser verde, se destapa de hielo y yo descubro que tras tantos silencios había tremendo miedo. “Te cuido si quieres…” oigo esas palabras como fondo tras las olas. Callo, camino. Dibujo mi camino en la arena fina.

Kilómetros de arena junto al mar caminados con pasmosa tranquilidad. Metros de disculpas recorridos con enorme facilidad.

Mis ojos se oscurecen con el día… me vuelvo oscura en la noche. Caminando el suelo negro se enfría y yo tiemblo mientras veo como se transforma mi deseo en amistad.

En los ojos tengo un mar pequeño. Me hundo, pero sé que no cubre.

Unas palabras piropean al cielo y de rebote me llegan a mí. Busco un escondite. Entro. Quizás sea timidez…

Sola. Me lleno de agua. Siempre sed de agua. Agua azul y mojada, agua verde, agua gris. Agua.

28 septiembre 2006

Mensajes (escondidos)

Hay camas demasiado grandes. Para mí y, también para dos.

A veces sobra el espacio en los grandes espacios.

Siglos de amar y aprender a desamar, para sentir que solo tiene sentido el suave deslizar de las sábanas sobre camas desiertas.

Los restos de las pieles enganchadas sin amor se esparcen por ese suave discurrir blanco… y los ojos abiertos miran las sábanas que son negras en la noche.

Tiemblan los párpados en constante tensión cuando miran. Y ven temblar la piel iluminada apenas por la luna.

Arriba las Pléyades se reúnen, bellas, y cuentan viejas historias de sexo y amor en mojada mezcla.

Abajo se simula un despertar sincrónico. Miran, tocan, deslizan, rasgan, lloran, enlazan, agarran, gritan…

Palpitan los músculos bajo la piel enganchada y mojada. En suave equilibrio el movimiento desgarradamente tribal se vuelve armónico. Punto intermedio entre abismos de montañas cortadas a pico. Hielo y fuego juntos.

Y yo… que ya no sé quien soy…. Abro los ojos y trago besos con el desespero del náufrago.

Y yo… que ya no sé dónde voy…. Miro arriba y enlazo astros con la convicción del aprendiz de astrónomo.

Y yo… engarzadas las manos de estrellas y besos… los reparto con los dedos por ese cuerpo. Y me olvido de las camas, los astros, los versos… y mato mis suspiros y trago los besos y renuncio a la magia de los miedos que matan mi sentimiento.

Hay camas demasiado grandes…

Estrellas demasiado lejanas…

También hay gigantes rojas, en el cielo, que miran, bellas, lejos.

Y por último hay… en los pliegues de las enormes camas negras sobre fondo blanco, extraños mensajes secretos.

Y en los textos…

24 septiembre 2006

Besos… una historia de besos


Una sonrisa se mezcla con el beso que se escapa de los labios que atrapan mi lengua y con ella mi inocente, consciente, inconsciencia.

Y te apartas una vez más de mi cara para mirar mis ojos y decir, de nuevo, que te gustan. Y desgranas la retahíla de cosas que te gustan de mí. Escucho inmóvil:

Te gusta mi manera de hablar, en ocasiones atropellada, casi sin respirar, y la timidez cuando de hablar de mí se trata. Mis ojos, repites. Y el modo en que me muevo cuando me pongo de puntillas si hablo emocionada (no era consciente yo de eso). Dices de mí que te encanta que mis piernas no quepan apenas en el asiento de tu coche (¿por qué vuelves a echar siempre el asiento hacia adelante?). Callas, me miras… y sigues. Te gusta mi sonrisa, dices. Y mis manos. Mi despiste y todo lo contrario. Soy una pesadilla, insistes, siempre discutiendo cualquier opinión.

Tocas mi hombro, y mencionas mis huesos, hablas de mi clavícula, mi cadera, muchos huesos. Te gustan. Se clavan a veces en tu carne y te encanta, curioso.

Mis besos, dices, te gustan mis besos. Dices que tras años de pareja estable no recordabas que se podía besar así. Y yo… vuelvo a preguntarme qué hago, aquí ahora contigo.

Y consigues que mis protestas callen. Me besas, te hundes en mis huesos. Mis labios ahora cerrados a modo de barrera se rompen y entras. Y sé que soy aquello que ahora necesitas para no sentir que tu vida dejó de tener sentido. Y sé que yo que no sentía, ahora siento, y aprendo de algo que sé será fugaz.

El momento se vuelve oscuro y me mojo contigo. Busco entre tus piernas y viajo en tu deseo mojado por el mío. Te bebo para no deshidratarme. Dulce y salado a la vez tu cuerpo. Me muevo en frágil equilibrio móvil de equilibrista y tú te acoplas a mí para no caer al abismo. Agarras mis huesos, que te gustan, y me gritas en ruidoso silencio que me olvide de todo.

Y te enamoras y gritas y te vas… y ahora, yo todavía sonrío por lo mucho aprendido. Y no puedo evitar preguntarme… ¿Si decidiste marcharte por qué todavía, hoy, te sigue costando tanto mirarme a los ojos? Y tú que no sabes responderme me dices sólo que algún día podrás mirarme sin más.

Te veo y dices que te gusto. Yo te pregunto por tu pareja. Bien con él, respondes.

No me arrepiento de los besos… de lo aprendido. Me enseñaste que todavía podía sentir.

21 septiembre 2006

Cicatrices

Guardo un tatuaje pequeñito en cada una de las zonas sensibles de mi piel. Cicatrices de besos que antes dolían.

Mi codo, mi rodilla, mis dedos…

Bajo mi ombligo a la derecha, a la izquierda… hay huesos que echan de menos cicatrices viejas.
El agua de mis ojos claros ya no se escapa. Sólo observo con curiosidad como se rasga mi piel y salen cicatrices nuevas.

20 septiembre 2006

dos o tres segundos...

En un rincón un minúsculo trozo de mi piel. Lo cojo, lo toco, lo miro, lo estrecho contra mi pecho. Me lo quedo.

En esas noches de dejarme sentir… quizás me olvidé de vivir. Quise dormir y sólo me atreví a gemir. Y perdí un trocito o varios de mí.

En mitad de la helada estepa descubro la magia perdida… dos o tres segundos de ternura… y un interrogante silencioso respirando al lado, durmiendo. Y la respiración que se acopla a su sueño.

Y quiero despertarme… y sentir, aunque duela. Porque el hielo que me aprisionó, también me protegió y ahora… me pervirtió. En sueños veo que me encantaría compartir un sueño. Y, sin embargo, dije no. Y sigo en ello.

Fría y cálida… ternura ausente, independencia consciente. No necesito a nadie porque sé dormir sola y me pierdo en mis sueños cuando duermo. Y sin embargo, hoy, me pierdo con los ojos muy abiertos.

En mis manos mi piel a tiras, tirada… siente y está viva… y sin embargo no sabe “vivir”.

Me dejé tocar y sentir… no vivir. Ahora aprendo.

Una noche más recojo el sueño y lo guardo en los pliegues de la espiral de mi casa de caracol. Y duermo…

18 septiembre 2006

CORRO (ME) QUEMO

Mojada. Con el cuerpo todavía empapado. La camiseta pesada y el pelo más oscuro. Mis manos mojan las teclas. Mi cara empapó el teléfono. Cuatro estiramientos rápidos. Aún resbalan las gotas de sudor por mi cara.

Quise hoy correr por las calles, demasiado oscuro para aventuras campestres, hoy no. Pretendido olor varonil de colonia hortera en un parque. Adolescentes intentando ligar. Se me acaba el parque. Sigo por las calles. Demasiado rápido.

En los confines de mi pueblo me paso al otro (pueblo) y sigo corriendo. Sé que voy demasiado veloz, pero no reduzco. No hay nada que me impida correr tanto como pueda. No llevo el dichoso pulsómetro, ni siquiera un reloj. Solo el aparato “hacedor” de música enganchado al brazo, conectado directamente con mis orejas.

Estoy lejos, he de regresar, me quemaré si sigo corriendo así. Sigo. Quizás se rompa mi corazón me digo. Que se rompa.

Control. Siempre control. Entrenamiento perfecto a las pulsaciones adecuadas. Tantos kilómetros tanto tiempo. Todo controlado. ¿Yo soy así? No ahora.

Jadeo… joder, me quemo. No puedo más y sigo. Caderas adelante, mis piernas no van a pararse hoy.

La chica másqueguapa me dijo un día que lo mejor de mí era cuando dejaba de controlar. Ese querer controlarlo todo…

Controlar para cuidar mi corazón. ¿Qué pasa si no lo cuido? Qué más da si se rompe. Se rompió ya y lo recompuse. Sabré hacerlo otra vez, o no… ¿importa acaso eso ahora?

Me rompo. Duele. Sigo. Corro, no paro de correr. Regreso ya, la calle se empina y yo no aflojo. Mantengo mi cuerpo erguido y acelero. ¿Para qué coño quiero los abdominales? ¡uff! Hace siglos que no hago abdominales. Sigo… saco la lengua. Paso mi mano por la cara, se moja, la paso por la camiseta.

En mi mente la chica misteriosa. Corro más, casi no puedo, pero lo hago. Sus palabras en mi mente. ¿Por qué diablos desaparece? Me gusta. Nada más, nada menos.

¿Si admito que me gusta me romperé? Creo que no. A veces está, otras se va. En mi piel el recuerdo de algo especial que aún no sé explicar. Le gusto. ¿Por qué se va y aparece de repente?

Control helado para evitar el ataque al corazón. Y sin embargo, ahora me muero por quemarme en mi propia hoguera.

¿Cuánto tiempo hace que no me abrasaba que no llegaba al final, al no puedo más?

No puedo… acelero. Mis piernas no saben ir más rápidas, pero me importa un bledo. Más, joder, más… Acelero sin saber cómo.

Llena de fuego bajo la velocidad. No puedo… me muero. Corro despacito, solo un poco. Paro.

La voz de la chica vasca al teléfono. Un día corremos juntas. De momento mil abrazos virtuales para ella, hoy un poco quemados. Sabe que estoy cerca.

Lentamente los latidos son más lentos. Ya no estoy tan mojada. Mi respiración se vuelve apenas perceptible. Pero sigo teniendo una extraña sensación de calor.

Me quemo, me rompo y no tengo claro que eso me disguste. Me gusta nadar sin ropa, mojarme con ella si la llevo puesta, quemarme si hace calor, llorar cuando duele, reír si el mundo se mueve y me hace cosquillas. Mirar las estrellas en las noches cálidas y temblar en las noches frías mirándolas también. Y sé que controlar todo eso es imposible. ¿Me romperé? De momento noto calor.

¿Un corazón quemado es un buen corazón? El mío todavía late.

CORRO

Un día empecé a correr. Fue el principio de la descongelación.

Aunque de pequeña corría tuve, ahora, que aprender de nuevo. No sabía ya como se hacía.

Al principio costó. Me dolían los pies, rodillas y demás partes del cuerpo. Mi corazón desbocado se quejaba y decidí comprar un aparatito para controlarlo.

Dado por naturaleza a desmanes varios no me fiaba de mi músculo del amor. Compré pues, una especie de electrocardiograma de bolsillo que usan los deportistas. En la misma tienda me vendieron zapatillas de colores, pantaloncillos y camisetas. El resultado fue que un buen día me encontré con un perfecto disfraz de corredora. Daba el pego.

Solo había que correr. Y yo corría. Poco, pero corría.

El hielo empezó a desaparecer de mis piernas. Luego de mis brazos, caderas y cuerpo. En mi corazón aún hielo. El pulsómetro medía su grosor.

Cuando comencé a correr cuesta arriba todo estalló. Esa capa gruesa desapareció. Un frenético festival de sangre en movimiento sustituyó la inmovilidad del frío. Pero luego al parar todo volvía a la normalidad helada.

Un día me topé con unos locos. Se les añadió una loca. Ellos armados con su experiencia y con muchos kilómetros sobre sus piernas querían hacer una maratón. Yo con mi alegre inconsciencia me uní a ellos.

Algunos se lesionaron por el camino. Otros continuaron. Yo sólo podía correr, correr y ver que pasaba.

Soy impaciente. Quizás por eso acabé una hora antes de lo que debiera. Me cansé mucho eso sí. Acabé esa maratón y no sé yo como sucedió pero en ese momento, mientras cruzaba la línea de meta no había nada de hielo en mi cuerpo. ¿Por qué ahora, sin embargo, descubro todavía dentro de mí restos helados?

Quizás deba, sin demora, ponerme a correr ahora.

17 septiembre 2006

Cerrado olor


Érase una vez un monasterio. “Moderno” monasterio con modernos visitantes recorriendo cada uno de sus históricos recovecos.

Yo andando por el dichoso monasterio. Muy cerca de mí una chica. Ella se acercaba y yo me apartaba. Estábamos en un monasterio. No quería que nos echaran de allí. Por lo demás no me importaba que se acercara.

Se había acercado en otros momentos y yo no me aparté.

Un confesionario. Lo miré. Y no me sentí bien. Extraño olor penetrante. Las piedras, la madera, confesionario, monasterio… olor a algo pasado que comienza a estar rancio. Olor a cerrado entre cuatro paredes de piedra antigua.

Sentía que me ahogaba.

Salimos de allí. Y el olor vino conmigo.

Más tarde ella quiso besarme, tocarme… yo andaba cansada ¿tan cansada? Parece que sí. Ella sabía que yo no me canso, nunca me canso. Y sin embargo, estaba cansada. Cansada de oler a cerrado, cansada de algo que no podía entender.

Sólo un día antes todo era posible. Mi vida un folio en blanco. Mi corazón un proyecto de historia. Mis labios llenos de palabras y besos.

Conduje con las manos y los pies mientras los ojos de la chica se clavaban en mí. Andamos hasta donde quisimos y paramos. Buscamos un sitio y lo encontramos.

No quisimos dormir mucho y a mí me encantó.

Durante días quise no pensar en un contenido para sus besos, mis caricias y sus suspiros. Así me lo pidió. Me gustó.

Entre los muros añejos de ese monasterio la humedad en forma de penetrante olor trajo a mí una respuesta a una pregunta que no había querido formularme todavía.

No. Dije.

Yo casi casta, sin rollos. Ella con tantos a sus espaldas. Yo amores. Ella líos.
No creo que pueda enamorarme, dije el primer día. ¿Quien habló de amor? Me respondió ella.
Déjate llevar me dijo y eso hice. Se enamoró. Yo no.

En ese monasterio supe que no. No más noches de pasión, no con ella.

Recuerdo su cara incrédula mirándome, sus manos buscándome. ¿Por qué ahora no? No lo sé, dije. Ya no la deseaba y no tengo una respuesta para ello.

Érase una vez yo sola. Hoy y ahora. Entre paredes urbanas. Huelo a algo extraño, rancio aire de muros inmensos de monasterio. Ácido olor familiar. Huele a sueños encerrados, cuerpo y alma enganchados, mojados. Humedad. Huele a cerrado. Quizás si abro… Pero aún no sé cómo.
Érase yo y una borrachera que pasa. Y el penetrante olor a cerrado queda.

14 septiembre 2006

restos

“Los restos del naufragio quedaron esparcidos o desaparecidos o rotos. Nos queda el presente que ya es suficiente…” (Bunbury)

Peyote, setas y polvos mágicos para lograr estados alterados de la conciencia. El mar y un buen pescado…

Nunca probé el peyote. Ni tan siquiera sentí deseos de hacerlo después de leer a Castaneda. Comencé a meditar tras la lectura. Sólo eso. Buscaba “mi sitio” y pensé que meditando “encontraría”. Ahora descubro que encontrar, lo que es encontrar encuentro sólo cuando no busco. A veces encuentro, incluso demasiado.

El naufragio acabó. La canción dejó de sonar.

Restos de mi misma que ya no son más que restos de alguien que vivió mil años atrás.

Naufragio de mí. Me escapo, al fin, de mis restos. Y mis manos parecen más grandes y hábiles. Naufragio de besos dulces enredados en mis manos saladas. Naufragio de sentimientos que durmieron naufragando y ahora devienen en sentidos deshelados que duelen (también todo lo contrario).

Restos dónde hubo. Hubo donde los restos. Los restos del día escasos de sueño.

Restos de sueños pegados a mis parpados abiertos, muy abiertos.

Restos sólo restos, más que restos, siempre más. Yo entre los restos creciendo.

Restos de vidas de personas en mi día a día. Restos, hoy que el agua hizo el resto y acabó con los restos, del verano.

13 septiembre 2006

Saber, sabor


Ácido, amargo, dulce, claro, oscuro.
Pequeñito y grandote, agudo, obtuso.

Caliente líquido, frío sólido.
En mi boca fuera, sale, dentro.

Sorbo, trago, saco, meto,
sabe a negro, huele a blanco.

Ya no quiero estar.
Voy a ser.
Saber, no querer.
Decir y callar.

Pienso, siento,
joder, sólo escribo.
Miento.
Vivo.

11 septiembre 2006

PISANDO CHARCOS

Monótono ruido de limpiaparabrisas. Lluvia y música, palabras de fondo. Yo perdida, hundida en mi asiento. Miro las gotas caer a través del cristal. Ando detrás. Curiosa la sensación de ser pasajera de atrás en un coche. Todo el espacio para mí. Ellos hablan delante, yo no escucho.

Árboles mojados pasan ante mis ojos, tierra húmeda, ríos turbulentos, a ratos. Son bonitas las montañas mojadas.

Paramos. Estoy medio atontada… fuera llueve. Hay otros coches también parados. Algunos no se atreven a salir del coche-refugio. Nosotros nos aventuramos. Tapo mi cuerpo con mi super-chubasquero-técnico-de-montaña. Cremallera hasta arriba, ajusto puños, capucha encajada en mi cabeza. Piernas al aire, manos también.

Caminamos, otras personas lo hacen también. Nos preguntan si está muy lejos, mi amigo dice que a diez minutos. -¿Muy lejos? ¿A dónde vamos? - Pregunto yo todavía atontada. –Te lo dije antes – vamos a una cascada –dice mi amigo. –Ah.

El agua moja. Piernas, manos, nariz… caminamos. Frío. Me espabilo.

Me ilumino al verla. Bella cascada. Impresionante. Subimos, un poco. Miramos. Hemos llegado antes que el resto de la gente. Miro, miro… remiro.

Hay un caminito que se empina. Lo miro. Subo un poco. Miro abajo. Mis amigos siguen ahí quietos. –Voy a ver. – Digo.

Corro. Me mojo un poco más. Tierra mojada empinada. Paro. Miro. Me gusta más la cascada desde aquí arriba. El camino vacío, nadie delante, nadie detrás. Frente a mí, sobre mí, por debajo de mí, agua. Más allá el camino sube. Y yo con él. Subo, corro, salto, me como las piedras y las ramas, corro… Me paro jadeante y miro abajo. Dos pequeños puntos. Mis amigos. Grito. Miran. Saludan. Me hacen señas, quieren que baje. Se mojan.

-Voyyyyyy –Digo. Y bajo corriendo. Me estorba la capucha y la tiro para atrás. Mis ojos buscan piedras estables y las piso, salto de una a otra. Libre. Llego donde mis amigos. Congelados ellos dos, yo ya no.

-Cuidado al bajar, esto resbala. –Oigo la voz de mi amigo. Es tarde, corro por esa bajada resbaladiza, salto ante la posibilidad de cada resbalón. Charcos, piedras, plantas… Me mojo y me encanta. Paso de largo a otras personas. Miran con cara rara. Piso charcos y me mojo más.

Vuelta al coche. Pista. Charcos, muchos charcos.

Ya despierta durante el resto del viaje. Subimos. Ahora corremos en ese coche enorme que se traga las piedras y los charcos del camino. Vaivén. Coche. Rara esta manera de andar por la montaña.

Algo en común con mi amigo. A él le encanta pisar charcos en la montaña con su todo terreno. A mí me gusta hacerlo con las piernas. Los dos pisamos charcos.

07 septiembre 2006

REGALO

Desde el principio de los tiempos, de nuestros tiempos, del tiempo que nos tocó compartir, del tiempo en que nos fue dado conocernos… comenzó a cimentarse una amistad. O algo parecido.

Un beso en mi coche, en un parking, lo cambió todo.

Hablaba y me mirabas, te miraba. Me besaste. Me dejé. El dueño del parking hizo buen negocio. Quizás incluso asistió a un mini espectáculo. Él sabrá.

Yo dejé de pensar. Ya te dije. Por eso no sé decir qué llenaba mi mente en ese momento. Mis sentidos andaban llenos de ti.

El café. No tomábamos café. Pero era un café. Café con todas las letras. Allí siempre nos olvidábamos de que había otros, otras, en otras mesas. El camarero contorsionando su cuello para poder ver nuestra mesa. No he vuelto a ese café.

Tus manos. ¿Cuántas manos tenías? Por todos sitios tus manos. En tu casa, en la habitación de al lado, tu hermano ¿durmiendo? Música protectora, tu mano en mi boca agarrando suspiros.

Mis manos. Palas gigantes que llegan a todas partes. Rozo tus labios y se inunda la otra punta del mundo. Toco, te toco… mis manos crecían contigo.

Tu espalda mirándome en mi cama. Temblabas. La primera vez que no teníamos prisas ni miedos… nos teníamos. Desespero en tus poros, te giras, te dejo, te beso, me besas. Me pierdo… y no te lo digo.

Montseny. Es posible amar sin dormir, amar sin morir, amar si parar, amar sin descansar. Es posible dormir durante cinco minutos y de repente despertar. Sin mirar, otra vez, todo vuelve a comenzar. Una ventana en el techo, debajo nuestros cuerpos. Danzo al ritmo que marcan tus caderas y no paro, no paras, no paramos. No podía casi moverme al día siguiente. ¿Importa que nos perdiéramos la belleza de las montañas?

Silencio. Mi silencio durante tiempo. Te das. Me doy. No lo digo. Silencio. Miedo. No quiero decir, decirme, lo que siento. No en voz alta, no fuera de tu cama, de mi cama, de tus brazos.

Y tú. Dudas y te cansas.

Y yo, grito. Y hablo y llego donde tú estás cuando decidiste marchar.

Girona. Amor desesperado en una habitación de hotel. Te necesito, me necesitas. Lloran las nubes sobre el barrio judío. Nos mojamos por dentro y por fuera.

Paris. Sueño extraño, besos y paseos de la mano. Conversaciones de desamor, besos mojados de pasión.

Murcia, Vitoria, Bilbao, Costa del cantábrico, Asturias, Montes de Europa, Almería, Granada, Sevilla, Cádiz, Madrid. Una caricia en cada lugar.

San Francisco. Montañas con osos, Las Vegas, El Gran Cañón, Los Ángeles. Cama King Size para perdernos y encontrarnos. Preciosas, brumosas, fascinantes las playas del Big Sur. Un oso, un perro, una mariquita…

San Francisco otra vez… Tu mirada. Tus besos, tus manos, tus piernas enredadas en las mías. Suspiros desesperados el último día. Feliz, felices.

Sí. La felicidad existe.

Fin.

Muero. Sé que mueres también. Morir es también volver a nacer, aunque yo no lo sabía.

Costa brava, complicidad lánguida. Sur de Francia, rastros de Van Gogh. Besos ausentes. Lágrimas.

Budapuest acuoso y lloroso. No sabía dejar de estar triste. En el gran mercado, al final, sonrisas.

Desierto. Hielo. Y, sin embargo, amor.

Amor. Más allá de convenciones, tópicos, relaciones, posesiones, condiciones… Amor sin más.

Suerte. Soy afortunada conozco la historia más bonita del mundo. Es mía y tuya.

Quizás nos quisimos, nos queremos, demasiado. Quizás… Hoy sonrío. Y no dejaré de hacerlo siempre que piense en ti.

Felicidades trozo de…

Y ahora cierra los ojos.
Piensa un deseo
y sopla…


06 septiembre 2006

Café de mediodía

Café.
Una pantalla con música.

Hombre y mujer brasileños cantan.
Hay subtítulos en inglés.
Leo… hablan de amor.
Cantan al amor.

Me bebo el café.
Garabateo.

Hombres a mi alrededor.
Hablan castellano.
Beben cerveza.
Sin escuchar, sin mirar,
el canto al amor de la pantalla.

Surreal este bar.
Surreal mi necesidad
de escribir en este lugar.

Tras la barra unos ojos me
miran.
En mi mesa mis manos
escriben.

Soy un perro verde en
este lugar.

Un rastro de tinta en una
mesa.

Una mancha de café.
Un papel por rellenar.
Música en portugués
que no puedo entender
porque ya me cansé de leer.

Abro los ojos… en este bar
Y sé que ya he de regresar.

04 septiembre 2006

Amiga

Final del verano, mi piel se escama… Solo ligeramente. Pero ese tostado intenso que produjo la montaña en mí comienza a resbalar en forma de escamas. Amenaza desde abajo la palidez natural de mi cuerpo.

Revolución en mi ser. Dentro, fuera, cerca, lejos… Revolución.

Noches que pierden minutos, días que acortan su vida… Mi cuerpo que transita luces y sombras…

Y dejo de escribir. Interrupción sonora.

Sonido escasamente armónico que identifico de inmediato con mi móvil. Anuncio de un mensaje. Miro descuidadamente la pantalla.

“Hola Vita! Hoy hace 1 año d aquel mágico fin d semana! Brindo por nuestra amistad y nuestro amor! Desde entonces me siento guerrera y aquí luchando estoy. Un besazo.”

Miro otra vez. No hay duda. Eres tú Montañera, desde la otra parte del universo. Hace poco ya me sorprendiste con una llamada. Trato de recordar. ¿Hace un año? Conversamos hace un año. Sí.

“Ets molt valenta Vita” (“Eres muy valiente Vita”). Decías. Yo no acababa de entenderlo. Admirabas mis excursiones solitarias por esas montañas que acabé conociendo tan bien. ¿Tú, La montañera experta, admirabas eso de mí? Me explicaste que, a pesar de tu dilatada experiencia, no te atrevías a ir sola a la montaña. Me contabas lo especial que era ese día, ese momento, esa conversación, ese atardecer para ti… y no me lo creí del todo.

Silencios y palabras en un atardecer junto al agua en la montaña. Tú y yo. Tus ojos brillaban. Me contabas tu vida. Estabas llena de rabia por no haber sabido cambiarla. Mirabas dentro de mi mirada y escuchabas mis silencios. Me abrazaste.

Admirabas mi libertad, la libertad con la que hablaba cambiando de tema, de idioma… Me salía así. Buena manera de esconder mi timidez. Querías cambiar tu vida. Querías libertad y por algún extraño motivo veías eso en mí.

Y después toda tu vida cambió. Te fuiste a la otra punta del mundo. Ahora me entero de lo importante que fue ese momento, ese día para ti.

Y yo… mientras aquí.

Brindas por una amistad que no soy consciente de haber dado. Brindas por aquellas palabras compartidas. Por aquellos días mágicos…

Y yo… mientras descongelándome todavía.

Tu vida, otra, un año después. ¿Tuve algo que ver? No lo sabía. Me gusta saber que fui motor de algo, me gustas más ahora, más la persona en la que te has convertido. Pero… un trozo de hielo nunca es buen modelo. Y eso era yo entonces.

Llevas tiempo gritando tu amistad. Llamadas, mensajes, mails…Y yo silencio. Quizás es que no sé ser tan buena amiga como tú piensas.

Me invitas a la otra punta del mundo. Vente, decía hace unos días tu voz al teléfono y yo reía. Ahora sé que no había broma en tus palabras.

Hace un año…

Montañas. Me perdí en ellas. Conocí también a algunas personas. Yo estaba congelada, totalmente congelada ¿Nadie se dio cuenta?

Esas excursiones solitarias que tanto admirabas solo eran para mí un modo de huir. Un escape por el que fluir como lo hace el glaciar en su camino… porque yo era solo un pequeño bloque de hielo.

No era buen modelo para nada. No buena amiga, no buena montañera… No podía dar lo que no tenía. ¿Cómo diablos te llegó algo de mí?

Eres tú la que me enseñas a mí. Lecciones de amistad, de libertad, de fuerza, de valentía… Sola en la otra parte del mundo.

Regreso a mi pantalla con la cabeza llena de recuerdos y sensaciones.

Mi piel otra vez… tengo en el brazo una leve cicatriz. Una rama quiso tatuar mi brazo el verano pasado para que no olvidara ese momento. Toco el dibujo y cierro los ojos… veo en mi cabeza el lugar en el que ese día hablamos. Agua, montaña y compañía.

Unos días después me enviaste esta foto:


Ahí nos tostamos la piel, ahí me la tosté yo este verano. Tú ya no estabas.

Ahora me das lecciones de amistad desde la otra punta del mundo.

Brindo por ti y por nuestra amistad.

01 septiembre 2006

Sentimientos enredados

Se rozan pensamientos y sentimientos entre mis dedos. Pensamiento simple corriendo por mi piel mezclado con sentimiento complejo.

El animal que habla dice pensamientos que transportan sentimientos. ¿Puedo sentir algo que no puedo decir? ¿Decir algo que no puedo sentir? El animal que soy yo, habla, siente, piensa, toca con sus manos lo que sale de su boca.

Manoseo las palabras con los dedos. Tienen texturas diferentes todas. Huelen a secretos escondidos por ropajes húmedos. Lamo palabras que saben a sabores secretos. Siento en mis sentidos la forma de las letras, las comas, párrafos, silencios, gruñidos, suspiros…

Oigo y miro, palabras, que llenan de sentido mis sentidos… palabras que dicen más que la lógica fría de los filósofos. Sentimientos que son palabras susurradas, gritadas, silenciadas…

Apenas rozo ahora este teclado y surgen palabras para manosear…

Y me sigo preguntado si tiene sentido distinguir razón de comunicación, pensamiento de sentimiento, sentir y decir.

En mis manos pensamientos se enredan en sentimientos que erizan la piel y roban la razón a la lógica del lenguaje verbal. En mis manos los nombres callados de las palabras que siento.

29 agosto 2006

Por debajo de lo visible

Quizás es que no sé hacer las cosas a medias y mi equilibrio consiste en aceptar mi desequilibrio. Quizás por eso si me pongo a correr voy lejos, si paro me petrifico. Si me duele la cabeza: Duele. El dolor se desarrolla… me muestra todos sus matices, permanece. Hace días que duele. Hoy decidí bostezar y algo comenzó a cambiar. El dolor se volvió más fluido y mientras mi boca se abría escribí esto:

“Bostezos de boca enorme que traga aire y come peces que resbalan sobre mi piel mojada. Duele sentir el bostezo sin salir, duele sacar lo que hay tras el bostezo. Duele, duele… duele el agua mojada de agua aún más mojada. Duelen los besos no mostrados y los dedos no tocados. Duele decir que duele y duele, también, callar que duele. Duele sin más.

Vuelvo a bostezar. Y sale dolor. Entra una respiración. Me trago el aire y saco nada. Nada dolorosa llena de algo que no reconozco. Duele.

Cabeza y alma. Pensamiento y Sentimiento. ¿Son la misma cosa?

Inspiro, respiro. Mi centro de gravedad, un globo, que se infla y desinfla. Grito en silencio. Callo ruidosamente. Abrir y cerrar. Comer y ayunar. Silencio.

Bostezo... Y sale, tímido, un nudo pequeño.”


Grito… mas no me quejo. Ese dolor también soy yo.
Hoy hace frío. Mañana (o pasado) todo será diferente y seguiré siendo yo.

27 agosto 2006

fluido grueso

Líquido espeso. Negro en mis labios, suave en mis ojos. Líquido que es más que un simple fluido que corre. La densidad de un líquido está directamente relacionada con las sensaciones que produce en los labios.

Este es un líquido grueso. Y negro. Suave. Dulce. Terriblemente dulce y amargo a la vez. Dentro de mi cuerpo además se vuelve extrañamente elástico. Se mezcla con mis neuronas. Corre entre ellas y crea nuevas sinapsis.

Hoy duelen las ondas de sonido que de rebote en rebote van a parar a mis oídos. Y, sin embargo, no quiero dejar de escuchar esas notas musicales. Hoy el café en forma de líquido grueso se convierte en necesidad. Hoy me duelen todos los dolores de cabeza de mi vida y hoy no dejo de vivir por ello. No me escondo porque no quepo en ninguno de mis escondites.

Pequeña, encogida, desnuda… sentada en una silla que gira. Olor a café enganchado a mi piel, sabor a extraña hiel perdido entre mis dedos. Casi me trago el teclado con las manos ¿ha encogido?

Hoy hablaba el periódico de una extraña epidemia de dolor de neuronas hastiadas. Epidemia en mi cabeza, epidemia de deshielo anticipado. Epidemia de besos olvidados que no vienen a curar las migrañas del desengaño. Epidemia de escritos raros.

Antes me escondía en ti. Tus caricias tapaban mis miedos.

Cuando no hubo escondite me quedé al sol. Luego vino el frío y también me quedé allí. Tiempo después permanecí. Y descubrí que yo podía ser mi propio escondite.

Vinieron a taparme y me dejé y luego me aparté. Me aparté más que me dejé. Quizás dolió a alguien.

Quizás ya no sé dar amor. Quizás no sé recibirlo…

Hace unas noches, alcohol y música mezclados a partes iguales corriendo por mi piel… la mejor combinación para esconder mis miedos tras una enorme sonrisa. O no…

Hoy quería escribir sobre el amor y este dolor vino a impedírmelo. El aire huele a algo que no es amor y yo me pregunto por qué los sentimientos son siempre tan complicados. Me pregunto por qué será tan difícil explicar lo que sienten los sentidos con palabras porque quizás si pudiera hacerlo me resultaría más fácil entender esta sensación extraña que llena mis fosas nasales y a través de ellas pasa directa a mi cerebro provocando… provocando… provocándome.

Echo de menos el olor del café, el de la hierba en medio de la nada, el de las flores nocturnas de los veranos de mi infancia, el del deseo no racional. El sentir ingenuo de despertares indoloros.

Dulce granulado que cae sobre una fina capa marrón que tapa un líquido negro y se queda ahí. Equilibrio inestable… finalmente la capa marrón cede y el azúcar se hunde. Una cucharilla dentro se mueve. En la taza dentro, todo, café, labios… se mezcla y se vuelve denso.

Trago… otra vez líquido grueso. Dicen que es bueno para los dolores. Contrae a las arterias díscolas que deciden ir a su aire y provocan un dolor sordo a ambos lados de la cabeza.

Medicina para el alma en forma de líquido negro. Medicina para el cuerpo en forma de palabras tecleadas con descuido.

Y mientras, el mundo se mueve… la tierra gira, se traslada, los equinoccios se suceden y los solsticios también. El mundo vive ajeno a los líquidos gruesos y a los dolores extraños. ¿Y el amor? Yo ya no sé si sé de amor.

24 agosto 2006

A propósito de "mi armario"

Caperucita me dice a propósito del “armario”: “¿Dices que si se sale luego no se puede volver a entrar?”

No lo sé. Sé que no quiero entrar. Tendría que cortar un trozo de mí. Encogerme… No, no quiero.

Mis piernas me llevan y el resto de mi yo se deja. Sé que han crecido, ellas, mis piernas, y no estoy dispuesta a mutilarlas para regresar a un sitio en el que ya no quepo.

Primero fue un dedo, luego se atrevió un trocito de mi pie. Finalmente salió entero el pie derecho. Pero regresó dentro, tenía miedo. Pasaron días hasta que el izquierdo quiso imitar la excursión de su hermano. Mi pie izquierdo es un poquito más débil que el derecho y su movimiento es más lento. Quizás por eso necesitó más tiempo para conseguir salir del armario. Posiblemente por eso tardó un poco más en regresar, y yo diría que por eso decidió que no quería volver, no del todo.

Mis pies comenzaron a caminar lentamente, fuera del armario. Y todo eso mientras mi cuerpo aún permanecía dentro. Poco a poco las piernas salieron y comenzaron a correr. Recordé en ese momento que en el pasado yo ya había corrido.

Ahora dolía volver a hacerlo, dolía tanto… Volver a aprender todo de nuevo… pero no paré. Pisé hielo, piedras y charcos… me sumergí hasta los tobillos y seguí corriendo.

Y, seguía en mí la certeza de que en el pasado ya estuve fuera. Pienso en una amiga, ella me dijo que cuando me conoció se quedó fascinada conmigo porque le parecí la lesbiana ideal. Alguien sin problemas ni complejos, con las cosas muy claras… y encima con pinta de chica “normal”. Según ella yo era el “ejemplo a seguir”.

Ejemplo… curiosa ironía.

¿Lesbiana? Probablemente no me hubiera identificado con esa palabra. ¿Por qué poner etiquetas y límites? Sin embargo, es cierto que yo en ese momento era libre, me sentía libre, no había armarios a la vista.

Regresar… no, no es posible regresar a un armario. Pero sí construir otro. Quizás eso sucedió. Quizás nunca salí del todo. Quizás…

Ahora, me escapo corriendo de este armario, esa es mi sensación. Quizás es una huída más espiritual que física pero yo lo noto como algo integral. Toda yo me despierto y corro… corro fuera.

Y corriendo pierdo algo de inocencia y gano otras cosas.

La primera vez que hacemos algo es siempre diferente. Y miro con ingenuidad mis primeras veces de cosas insignificantes que para mí son simplemente fascinantes. Pierdo algo de mi inocencia con cada primera vez y no me importa.

Sé que no volveré a sentir ese escalofrío que atravesó mi cuerpo al recorrer las calles de la ciudad corriendo entre gritos y pancartas, al ver su cara esperando…

Quizás no vuelva a permitir que nadie me bese así.

Y… sin embargo quiero sentir y vivir.

Anduve por la luna para volver a una cárcel que creé para protegerme y ahora simplemente me escapo. Porque mi cárcel-armario es mía y yo tengo la llave.

¿Volver dentro? No, gracias. Ando fuera… corro… y grito.

23 agosto 2006

SOBRE LOS ARMARIOS

Armarios con esqueletos dentro, escondidos, tan escondidos que a veces nos olvidamos de ellos y salen en el momento más inoportuno.

Armarios aparentemente cómodos en los que de repente no cabemos.

Armarios de madera finamente labrada.

Armarios de hielo.

Armarios hechos, también, con los restos de nuestros sentimientos aparentemente desarmarizados.

Armarios portátiles en los que escondernos, a ratos, cuando la presión externa, o interna es demasiado grande.

Siempre es demasiado incómodo estar dentro de un armario y… sin embargo, a veces nos convencemos de lo contrario.

Chaika hablaba hace unos días de volver (o no) al armario.

Yo salgo ahora de un extraño armario hecho de una mezcla de hielo y sentimientos.

Y noto como mis pies, mis manos, mis neuronas rebotadas, mis palabras, mis dedos… se escapan de dentro de ese armario al que no recuerdo haber entrado de modo consciente, pero entré.

A fuerza de oír decir a los demás que lo mío no son los armarios me lo creí.

Y… ahora me sorprendo en esta lucha por salir de mi armario de hielo y constato que sí, hay armario.

Construí un flamante y gélido armario para protegerme…
O quizás solo me limité a reforzar un protoarmario que ya existía…

Como a los prisioneros de la caverna de Platón me duele, en los ojos, la intensa luz que hay fuera del armario. A ratos quiero regresar a las sombras de mi helado cobijo… y solo noto frío.

Luces que me hieren, palabras que me enganchan, letras, letras, muchas letras contenidas en los miles de libros que no leí… sonidos que no escuché… y siento que echo de menos la vida no vivida.

Quiero gritar con la voz y las manos, con el cuerpo y mis pensamientos… Trozos de hielo y luz se clavan en mi cuerpo y dejan salir los restos de mí aún congelados. Miro atrás y veo cadenas… cadenas de doméstica seguridad que no quiero.

Cajones de besos, estantes de versos, colgados los sentimientos… fuera me quemo y me encanta. Porque mi alma estática, cansada, descansada… no era más que un alma muerta.

Y sé que no volveré porque mis piernas, que fueron las primeras en salir, ya no caben. Crecieron corriendo…
Salgo. Grito al miedo que ya no quiero cadenas, sombras, puertas ni cajones… De un armario solo es posible salir, salir… salir corriendo.

22 agosto 2006

Tensa Armonía

Un pie tras otro en lento, torpe, rígido, movimiento.
Músculos tensos que tensan otros músculos que se mueven.
Y un tobillo sucede al otro…

Torpe movimiento frío, como mi sangre fría.
Torpes mis piernas en estos metros
de avance llano por las calles de mi mundo.

Me encaramo al suelo que sube con piedras que duelen en los tobillos fríos.
El sudor sabe a tierra empinada
y yo solo subo, subo, subo…

Fibras tensas en mis piernas que casi se rompen, pero sigo.
Y subo… y casi llego, sigo…
Grito cuando llego arriba.

Sale de mí toda la tensión y el terreno se vuelve blando y suave.
Las piedras se deslizan hacia abajo.
Sale otro grito… no soy consciente de haber sido yo.

Corro… ahora sí , corro libre…

Aire en mi cara.
Tierra en los pies.
Ramas en los brazos…

Abro los brazos y toco las hojas, plantas…
Quiero ser bosque y me como el camino con las piernas.
Tropiezo una vez, y otra… y sigo.

Piernas animales libres de hielo,
Pies que saltan sin apenas tocar el suelo,

Pasa el calor del suelo a mi cuerpo
Tobillos, rodillas…
Se queda enganchado a la pelvis
Corre por mi cintura
lo atrapan mis brazos.
Y sube…
Y mi cuerpo baja…

La montaña desciende y yo con ella.
Grito más.
Abrazo un árbol
mientras Bunbury me dice al oído
Lady, lady Blue

Desnivel que me tira hacía abajo,
me despeño casi, pero sigo…
y finalmente llego.

El aire deja de rozar mi cara,
me inundo…
agua que se desliza por mis manos…
Agua… dentro también.

Soy elástica, mi piel mojada está relajada,
soy armónica, soy un cuerpo cansado
soy… sonrisa que busca descanso en un teclado.

21 agosto 2006

Mira… tengo sEcReToS

Somiatruites Me ha mandado deberes. Después de resistirme durante unos días ahora decido enfrentarme a ellos.

Se trata de decir 7 secretos (número 7 otra vez…), aunque quizás diga 8, pues ese es al fin y al cabo el número que más me gusta. Ya veremos… de momento ahí van:

Secreto 1
Temo a las alturas. Eso no significa que me quede anclada a la tierra. Lo cierto es que no disimulo del todo mal mi miedo, pero sigue ahí. No hace mucho me encaramé a algunas montañas y me encontré con un infierno de nieve y rocas. No mirar para abajo y limitarme a subir… eso es lo que hice. Fue genial, en algunos momentos lo pasé muy mal, pero… repetiría, jeje.

Secreto 2
Una amiga me llama Forrest (Gump). ¿Motivo? Corrí más de 42 kilómetros seguidos sin parar.
Ya… ya sé, debería llamarme Loka (De atar). Pero… no estuvo mal la experiencia. ¿Las secuelas? Perdí unas cuantas (casi todas) uñas de los dedos de mis pies. Pero crecen otra vez.

Secreto 3
Recuerdo una ocasión en la que fui nadando con una sola mano (en la otra llevaba una camiseta que no debía mojar) hasta un barco. El barco era de los amigos de una amiga y no podía acercarse mucho a la orilla. Nosotros debíamos ir hasta él. Lo pasé mal, muy mal. No se mojó la camiseta. Sobreviví. Nadie supo que lo pasé mal, tan mal…

¿Motivo posible?
De pequeñaja yo estaba sentadita en el borde de una piscina alguien me empujó y caí. Caí, caí… me fui al fondo. Me recuerdo a mí misma asustada y consciente de que nadie me había visto. No sabía qué hacer. Ya… ya sé que es difícil eso de irse directa al fondo, cuesta hundirse cuando es eso lo que deseamos… pero en esa ocasión la niña que yo era se fue al fondo y se quedó allí asustada y pensativa. Sé que caminé hasta llegar a una cosa blanca. La cosa blanca resultó ser una escalera. Me agarré. Subí. Nadie se había dado cuenta. No conté nada, me sentía culpable (sí culpable, aunque no tenga sentido). Desde entonces mi relación con el agua es de un extraño, amor-odio… tengo miedo a meterme donde el agua cubre del todo mi cuerpo. Trato de disimular mi miedo para que no se note, pero ahora ya lo sabéis.

Secreto 4
De pequeña leía casi cualquier cosa que llegara a mis manos. Si llegaban pocas cosas repetía lo leído hasta el momento. Ese es el motivo de que leyera dos veces La Regenta. Todo el mundo se ha sorprendido siempre de que repitiera con ese libro. No era una elección. Con el paso del tiempo comencé a decidir qué leer… incluso me volví más vaga y pasé temporadas en que apenas leía. Hay un hábito que conservo, aunque intento hacerlo compatible con el respeto a las personas que me acompañan: Me encanta leer comiendo… y si no tengo nada que leer a mano (y estoy sola) me leo las etiquetas de los envases de los alimentos.

Secreto 5
Desde que comencé este blog tengo sobre la mesa un libro de color naranja que normalmente dormía en una estantería. Ya considero a ese libro parte de este blog. El libro se llama: Los filósofos Presocráticos se trata de una cuidada recopilación de textos de los filósofos griegos anteriores a Sócrates (los llamados Presocráticos). Cuando necesito inspiración abro el libro y de forma azarosa siempre me tropiezo con algún fragmento referente a Heráclito de Éfeso. Podría ser otro autor, pero no, la casualidad quiere que siempre lo abra por la parte de Heráclito.
Nota: Si fuera otro autor el elegido por la causalidad, por ejemplo, Parménides de Elea (filósofo del ser, de lo estático…) creo que hubiese dejado de usar ese libro como inspiración. El pensamiento de Heráclito es radicalmente diferente, es el filósofo del cambio (todo fluye…).

Secreto 6
Casi todas las fotografías de mi blog las he hecho yo. Y en alguna, además, también salgo yo. Hasta ahora solo hay una excepción: la fotografía del glaciar agujereado que es de una amiga. Ella consintió en que la utilizara.

Secreto 7
Tengo una pareja de periquitas que me regaló una bloguera a la que conozco desde antes de que fuera bloguera. Cuando las compró le aseguraron que eran macho y hembra. Yo tuve dudas desde el principio y no me equivoqué. Lo cierto es que forman una auténtica pareja, se dan besitos, a veces se pelean… pero se quieren mucho y eso se nota.
¿Cuál es el secreto? Pues que conozco a esa bloguera, mucho y… de momento, su identidad seguirá siendo, eso, un secreto.

Secreto 8
Me pierdo en la noche de los tiempos al recordar a una chica encarnación de la alegría, los sueños, la ilusión… Los juegos más puros de mi niñez los hice junto a ella, también otros impuros (solo un poco). Un día enfermó y… yo pensé que con desear algo con la fuerza suficiente bastaba. Deseé… Y no funcionó. Y… a veces sucede lo imposible. Esa persona murió. Lo que sucedió no es un secreto, pero quizás lo sea admitir que durante mucho tiempo me culpé por no saber, no poder… hacer nada. Dolía… dolía tanto que no quise permitirme que se notara demasiado. Y sé que esto afectó en mi vida posterior y en mi relación con alguien… alguien muy importante. No sé ser clara con los demás si no soy capaz primero de entenderme a mí misma. Entender… entender simplemente que es humano sentir dolor. Lo siento.
Admitir aquello que me duele, lo que me limita, lo que me hace más vulnerable y frágil me cuesta… Era un secreto…

Estos son pues mis (ocho) secretos. Y… enredado en ellos alguno más que quizás sea posible leer entre líneas… Y entre líneas quizás se escurran gotas de insípida agua de deshielo… quizás moje.

Ahora se supone que debería pasar el testigo a otros, pero no lo haré, no al menos de modo directo. Si alguien quiere contar siete, ocho, quince secretos… puede hacerlo y pensar que fui yo quien le mandó la tarea.

19 agosto 2006

De lo apolíeno y lo dionosiaco

Turbio vino gallego en mis venas. Turbio el líquido amarillo que corre por ellas, que se mezcla con el rojo de la sangre que intuyo dentro. Turbio el pensamiento en mis neuronas, turbio el sentimiento. Turbio el silencio en esta noche turbia.

Turbias las intenciones de esa chica. Turbios movimientos. Turbia mi tibia reacción.

Entre lo apolíneo y lo dionisíaco me debato sabiendo que, ahora que corre el alcohol por mi cuerpo, Dionisos gana.

Cansada para seguir… despierta para dormir. Quise regresar para no continuar esquivando su mirada. Y ahora escribo para ganar los favores de Apolo, pero sé que Dionisos gana.

En Delfos podría ofrecer mi alma a Apolo y sé que sería Dionisos el afortunado. Dionisos que con vino se ganó a Ariadna.

Y aunque sé que Apolo no sabe de amor… sigo, sin embargo, queriendo creer que la lógica puede con todo.

Los restos de mi sangre helada buscan la razón mientras los restos de mi cuerpo y mi alma se pierden en el líquido de la sensación.

Nietzsche… mató a Dios, quizás es hora de asesinar a la fría razón.

Después del magnicidio solo queda el agua igual y distinta del fluir heraclitiano.

Turbias sensaciones…
Turbias emociones…
Y, sin embargo,
Ahora sé, que sé, lo que no quiero.

“Anduve buscándome a mí mismo” (Heráclito)

Encontré un vino claro, dulce y simple. Bueno para dejarlo correr por mis vasos. Vino sin complicaciones, néctar dionisiaco pleno de sensaciones y carente, también, de sentimientos.
(Editado el 19/08/2006 a las 12:35 am)

Alcohol anoche, ahora café. Siempre música.

Sobre lo apolíneo y lo dionisiaco… me inspiré muy libremente en El nacimiento de la tragedia de Nietzsche.

Me recuerdo a mí misma en mi pasado racional indignada ante las letras de Nietzsche. Y, sin embargo, ahora que el hielo se rompe sobre mi piel me siento más visceralmente dionisiaca que nunca.

17 agosto 2006

no fue un sueño


Rozo con la punta de mis dedos tu piel erizada.
Una gota escapó de tu cuerpo y resbala corriendo por tu piel.
Beso un gemido que saboreo y me trago.

Un día, dos, tres… y todavía encuentro rincones de ti que no conocía.

En tu ombligo hay ahora un volcán.
Luego descubro un vaivén nuevo en torno a tus caderas.
Y ahora… mi cuerpo baila solo con tu voz.

La música en mi recuerdo, enreda el miedo a que nos pillen con nuestros suspiros.
Y no me importó que en la puerta de al lado durmiera el peligro.

Tumbada tú, yo le hablo a tu espalda. Me muero por tocarte y lo hago.
Saludo con un “hola” cada uno de los milímetros de tu piel.
Y noto como cambia. Como cambias tú.

Te desesperas y me encanta. Te susurro más saludos.
Mis manos se multiplican y tu piel también.

Grito…
Gritas…

Te conviertes en agua entre mis manos.
Me resbalas, te resbalo.
Gritamos…
Y el sol nos sorprende una vez más.

Dulces sueños entre los sueños posibles, pero…
No, esto no fue un sueño.

tiemblo...

Noche sin estrellas que mirar, sin libros que devorar, noche sin sueños que soñar, noche solo noche. Noche de negrura negra. Noche de deshielo mojado. Noche que sueña solo con dejar de ser noche. Noche que se pierde en la noche… de los tiempos.

Noche de besos escondidos en el alcohol de tu aliento. Noche de melancólicos recuerdos.

Noche sin sueño, noche sin café... Noche que no es más que noche, solo noche…

En la oscuridad de esta noche negra noto que lo que corre por mis venas ya no es solo hielo. Noto sangre… noto mi sangre… noto el olor de esta noche en la que ya no hace frío y, sin embargo, tiemblo.

16 agosto 2006

desnuda

Regresé a la ciudad un poco más desnuda. Desnuda de hielo y de ropa. Desnuda de alma. Y no siento frío.

No sé donde andaba mi timidez cuando me despojé de la ropa y me sumergí en agua que fluye. No me planteé la posibilidad de ir a buscar un traje de baño. Simplemente me estorbaba la ropa y la sustituí por agua y sol. Por sol y agua.

Sol que calienta la piel y el hielo bajo ella. Hielo rodeado de agua que se deshace.

En las noches, frío nocturno iluminado por estrellas. En los días, sol amarillo rodeando mi cuerpo desnudo.

Reconocí a un trotamundos con el que ya coincidí en el pasado y me explicó los secretos de su soledad trashumante. Me habló de besos y sueños, de amores y preamores. Porque, me dijo, nunca se había enamorado, solo preenamorado. Esa era su elección de vida.

Y recordé el momento en que mi trotamundos favorito quiso enseñarme sus virtudes como amante. Y mientras recordaba y escuchaba sus palabras, me pareció más interesante que nunca. Pensé que podría pasar horas escuchándolo, pero mi respuesta del pasado sigue siendo la del presente: No. No seremos amantes.

Conversé con una chica mientras a nuestro alrededor caían estrellas, fugaces estrellas de belleza helada en la noche fría.

Conocí a dos chicas pura representación de “la amistad”. Y me encantó que quisieran compartirla conmigo. Me enseñaron un rincón especial y allí quisieron confiar en mí. Me tiraron las cartas de una baraja gitana sobre el suelo de piedras y tierra. Frente a nosotras montañas cortadas a pico. En el suelo mi destino en forma de trébol de cuatro hojas. Lo mejor los momentos compartidos.

Cedí durante un instante mi piel a otra mujer y ella quiso usar sus manos para hacer un masaje. Y no notó el hielo enganchado a mis articulaciones, y se sorprendió de encontrarme tan relajada, y yo, también.

Hice, también, algo que se me da mejor que recibir. Dar. Prestar mis manos, perder la conciencia por unos minutos, largos minutos de contacto de mi piel con la suya. Hombre, mujer… no importa, pero era una mujer. Mis manos, su piel y entre ellas algo de aceite. Solo eso. –Cómo se nota que haces esto a menudo, ¡Deberías dedicarte a dar masajes! –Dijo ella. –No. No lo hago a menudo –respondí. Y mientras hablaba mi cuerpo se inundó de una timidez sólida y fría que ella disolvió con una enorme sonrisa.

Regresé con tantos teléfonos y mails que no sé si podré responder a todos. Con algunos me comprometí, con otros no. Algunos contactos ni tan siquiera los pedí pero llegaron a mí.

-Aquí te desnudas por dentro además de por fuera. –Dijo otra mujer. Sí. Quizás nunca antes me desnudé así. No ante tanta gente, no de un modo tan poco íntimo y profundo a la vez.

Una señora adinerada replanteándose su vida quiso explicármela. Y me sorprendió que le hicieran tanto bien mis palabras. -Te llamaré – me dijo al despedirse.

Me sorprendió un enorme, intenso, abrazo de despedida de una chica de ojos claros y profundos como el mar. Pasaron los segundos y ella seguía abrazándome. En cierto momento comenzó a apretar con sus brazos mi cuerpo contra el suyo. Pensé que era más fuerte de lo que anunciaba su frágil mirada, pensé, también, en toda la gente que nos rodeaba, finalmente me olvidé de todo, solo existía nuestro abrazo y mi cuerpo se relajó. Acerqué mis labios a su oreja y le dije -Cuídate.

–Vuelve pronto -me dijo mientras me daba su teléfono. Yo no le había dado el mío. Me besó en la cara durante largos segundos. Había hablado muy poco con ella. Es heterosexual. Yo no. Sé que lo sabe. No me siento incómoda, en el pasado me habría sentido perdida, ahora simplemente pienso en la enorme energía transmitida en ese abrazo. Nada más. Probablemente volveré a verla, la saludaré y sonreiré. Quizás hablemos algo más. Quizás una amistad, quizás no.

Y también dije: “No” y no fue un “no” causado por la parálisis que el hielo provoca en mis extremidades. Fue un “no” fluido como el agua en la que mojaba mi cuerpo cada día. Un brasileño quiso que yo le hiciera un masaje y yo no. También lo pidió a otra chica pero ella decidió darme el masaje a mí. No renuncié a intercambiar palabras con el brasileño y me encantó hacerlo, pero no me apetecía tocarlo, es así de simple.

Redescubrí que el Tai-Chi no era lo mío. Quise enseñar a mi cuerpo a moverse lentamente junto al mejor maestro que puedo imaginar. Pero no funcionó, no ahora. Porque ahora lo que pide mi cuerpo es movimiento libre. El control no se lleva bien con el deshielo.

Me fui de excursión y ejercí de guía por esos caminos empinados. En otro momento quise irme sola para sentir el aire en mi cara, la tensión en las piernas, la adrenalina corriendo por mi sangre llenando mis músculos de energía. Subí, subí, subí… en un refugio bebí y conversé con un señor que quiso saber de dónde había salido yo. Me encantó ese encuentro. Luego bajé, bajé, bajé… tropecé con raíces y piedras, lastimé la piel de mis piernas con los tallos llenos de espinas de la vegetación que casi cerraba el estrecho camino, pero no paré.

Y luego… al llegar abajo, me desnudé otra vez. Libre. Y comí y bebí y conversé. Y soñé mirando las estrellas.

Escribí sobre lo sentido y fantaseé con publicarlo aquí. Pero no lo hago. Escribo ahora con nuevas letras. Letras de deshielo con las que me desnudo, ahora, aquí, otra vez.

10 agosto 2006

ARMONÍA INVISIBLE


Una armonía invisible es más intensa que otra visible. Heráclito.

Hoy quise escribir sobre como me siento y descubro, que ya no puedo. No, al menos, como lo hacía hasta ahora. Porque Heráclito tiene razón y deseo que esa armonía invisible que me hizo sonreír siga siendo invisible.

Hielo a trocitos, con agujeros. Hielo que deja de ser hielo desde el preciso momento en que admite que es hielo. Y me vuelvo agua al tiempo que descubro que el agua fluye hacia otras aguas y me sorprendo y recurro a mi racionalidad para negarlo. Pero forma parte de mi descongelación. Y también el deseo de invisibilidad de esa nueva, intensa, armonía.

¿Qué sucede cuando el hielo conversa con las estrellas?

Los cuerpos celestes son cubetas de fuego, alimentadas por exhalaciones procedentes del mar; los eventos astronómicos tienen también sus medidas. (¿Cómo no? Heráclito).

Me movía bien entre estrellas cuando mi cuerpo era un bloque sólido de hielo. Me sentía bien en el espacio, quizás porque pensé que allí, en la nada que se extiende entre los cuerpos celestes siempre hacía frío.

Me gustaba perder mi mirada en Orión, jugaba a ver su nebulosa, aunque sabía que con las luces de la gran ciudad es imposible. Pero yo sabía que estaba allí. Orión, constelación de invierno adecuada para los cuerpos fríos con corazón frío.

Ahora me descubro mirando a las estrellas en verano y noto que lo que siento es justo aquello sobre lo que no quiero escribir y aún así lo hago intentando mantener una extraña armonía entre lo visible y lo invisible.

Y en lo visible veo estrellas que me fascinan y no quiero dejar de mirar arriba. Y sé que aquí el cielo está siempre, demasiado, iluminado y sé que las redes que me llevan a estrellas lejanas no son más que una ficción de la vida, porque la vida está aquí y ahora, pero sé que también estoy viva cuando miro arriba.

Estos días me marcho allí dónde miles de estrellas brillan. Allí donde la civilización no llega. Allí donde lo más simple es dejarme fluir sin más. Y quizás vuelva con la piel tostada y la capa de hielo junto a ella más fina, quizás siga siendo yo y al mismo tiempo otra persona diferente, quizás conozca nuevas estrellas, quizás… pero sé que al volver mi fascinación por el trocito de cielo que ahora pueden ver mis ojos seguirá intacta.

Y ahora, antes de marchar, sé que si cierro los ojos siento calor en el lugar donde antes había una calma fría. Y sé que forma parte del proceso de descongelación. Y sé que el color verde que llena mis ojos corresponde a un chakra que se sitúa más arriba de mi abdomen. Y sé que ya no es el momento del color amarillo, pero me resisto a ello. Quizás por eso me resulta tan raro escribir este post, y me pierdo entre griegos, estrellas y chakras de colores, aún sabiendo que quizás esto no se entienda, pero yo ahora soy esto.

09 agosto 2006

“There’s a hole in my life”


Hoy me despertó una voz al teléfono. La voz tardó en darse cuenta de que yo andaba más dormida que despierta pero finalmente vio que algo pasaba; mis respuestas a sus preguntas eran incoherentes, un farfullo incomprensible era lo único que salía de mis labios.

- ¿Qué te pasa? - Preguntó.
- ¿Qué hora es? – Fue mi respuesta.

Entonces se dio cuenta. - ¡Ohh! Estabas durmiendo-. Sí, dormía. Raro en mí. Porque yo me despierto pronto, incluso cuando me voy a dormir tarde. La voz, que me quiere bien, dijo a través del teléfono que me dejaría seguir durmiendo. Pero yo ya no quería dormir. Sentía un enorme peso en la cabeza y una sensación densa y etérea a la vez.

Un agujero… esa canción de Police… la sensación de tomar plena conciencia de sentir cómo es eso de descongelarse. Porque el camino de la descongelación no es una senda uniforme. Hay partes de mi cuerpo completamente congeladas y, sin embargo, descubro con horror enormes agujeros en otras partes de mí.

Y mientras hablaba con “la voz” en una surrealista conversación de besugos llegué a la conclusión de que algún significado debía tener que precisamente viniera a mi mente la letra de esa canción en ese momento. Porque “la voz” es una autoridad en todo lo que tenga que ver con ese grupo inglés. Quizás debiera dejar de creer en las casualidades porque a base de llenar mi vida de ellas siento como mi libertad de hacer o no hacer, sentir o no sentir… desaparece.

Hoy más que nunca necesito un café que preparo con calma, no podría hacerlo de otro modo. Si ahora me vieran todos los que dicen de mí que soy puro nervio se sorprenderían. Estoy llena de agujeros y no puedo moverme más rápido.

Tengo una imagen en la cabeza y la busco… otra casualidad quiere que piense precisamente en esta imagen. Iceberg de la Patagonia. Trozo de hielo desprendido de un glaciar, como yo, lleno de agujeros. Y como yo, solo un fragmento de algo más grande que todavía está congelado.

Se mezclan los viajes reales con los viajes soñados… se mezcla el frío del aire que circula entre los agujeros de mi cuerpo congelado con el calor del líquido negro.

Y en mitad de tantas extrañas sensaciones, mis ojos se quedan clavados mirando las palabras bellas que un ángel del pasado escribió en el presente para mí. Y pienso que no soy tan maravillosa como ese ángel cree, que estoy llena de agujeros y que ruedan gotas de agua de deshielo mojando toda mi piel.

Cierro los ojos para no sentirme tan desnuda. Y sé que los agujeros permanecen, pero si soy capaz de mantener los ojos cerrados nadie los verá. Porque ya aprendí que en mis ojos se reflejan, sin que yo pueda evitarlo, mis miedos, deseos, anhelos, esperanzas…

Y ahora en mis ojos hay agujeros… y decido no responder, de momento, a esas bellas palabras que un ángel escribió para mí. Porque yo no me siento ángel, solo un trozo de hielo con agujeros.

07 agosto 2006

CAFÉ SIN HIELO


Con los ojos cerrados meto los labios en el líquido caliente. Cálida y dulce caricia humeante.

Me gusta tocar, oler, sentir, paladear, tragar, aprehender, sorber, verter la piel junto a mi boca en el interior de la taza y perderme en el líquido negro.

Cafeína dentro de mis vasos sanguíneos circulando allí por donde hasta ahora no podía circular ni tan siquiera la sangre.

Sé del poder del café porque más de un día me devolvió la vida. Café mañanero compartiendo su humo con humos de dudosa procedencia. Humos que despiertan las neuronas que hubiesen querido vivir en eterna congelación. Días de apasionada conversación mezclada con cafeína enganchada a una bebida brusca y negra.

Sin ser fumadora me enamoré un día del humo de un cigarro. Era humo impuro, humo mezclado con otros humos, humo que olía a tabaco áspero y a café ácido, a cafeína amarga y a besos dulces. Humo extraño que me mantenía enganchaba a unas palabras mientras ingería como una posesa sorbos de líquido caliente y trataba de sacar mis ojos de otros ojos que se comían mi cuerpo.

Y después de muchos cafés corriendo por mis venas comencé a sentir latidos en mi corazón. Y de repente el pasado se hizo presente. Y comprobé que en plena descongelación podía sentir el calor deslizándose por mi cuerpo.

Líquido corriendo por la piel sobre mi cuerpo. café mojando por dentro. Néctar negro que me enseñó a sentir en eternas noches sin sueño. Cafeína mezclada con letras recitadas hasta el amanecer.

Oscuro fluido para calentar los tejidos bajo mi piel todavía congelada. Café dentro de mis vasos capilares llegando a cada uno de los rincones de mi cuerpo.

Cafeína para sentir que todavía siento, líquido negro para calentar mis días de frío, café aquí y ahora como testigo de una descongelación.

Café siempre sin hielo. Café. Solo café que sirve para calentar el alma.

05 agosto 2006

PEQUEÑA EDAD DE HIELO



Desde mediados del siglo XIV hasta entrado el siglo XIX el mundo vivió una Pequeña edad de Hielo.

El avance de los glaciares provocó el retroceso de las gentes que vivían en las montañas. Dicen que el Ebro se heló siete veces. Y yo me pregunto si es casualidad que una vez más el número siete aparezca en mi vida, pero no hago caso…

Patiné sobre el río Tamesis congelado. Caminé desde Manhattan hasta la Isla de Staten porque el mar era sólido bajo mis pies. Recuerdo, también, haber llorado hielo sobre mis mejillas.

Cinco siglos pasé congelada. Cinco siglos que transcurrieron durante un día, un mes, un año, dos... o incluso más. Pero eso ahora no importa. Porque aquí, ahora, asisto al deshielo y me quedo fascinada, a ratos también aterrorizada, pero no me detengo. Porque fluyo, no puedo evitar hacerlo.

Como un glaciar fluye camino de su muerte, cada una de las células de mi ser fluyen camino de un abismo que quizás sea un infierno o un paraíso, en todo caso un lugar cálido, porque el fin del frío está próximo.

La presión del hielo provoca que su estructura molecular cambie. En contacto con la tierra el rozamiento y el peso convierten en agua los pies del glaciar, pies que resbalan ladera abajo cuando su cabeza y corazón todavía no habían decidido que era el momento de fluir…

Y yo que soy como un glaciar, me pierdo mirando mis pies que se deslizan… y me cansé de agarrarme a los salientes rocosos que me lastiman las manos. Y ya solo tiene sentido dejarme deslizar y no mirar atrás.

03 agosto 2006

¿CUANTO ES QUERER DEMASIADO?

Periquita Azul: Es que la quieres demasiado.
Vita: (silencio)
Periquita Azul: ¿Me equivoco? Yo creo que no.
Vita: (más silencio que comienza a ser incómodo)
Periquita azul: no me equivoco…
Vita: No… (Por fin me sale la voz abriéndose paso entre lágrimas. Creo que conseguí que suene un “no” neutro, al menos lo intenté).

Mi querida Periquita Azul voló a su tierra después de una visita de cortesía que me hizo hace poco, venía con su Periquita Verde, ambas enamoradas.

Periquita Azul me conoce bien. A veces pienso que demasiado bien.

¿Es posible querer demasiado a alguien? ¿Qué es querer demasiado? Quizás es demasiado cuando duele, cuando lleva demasiado tiempo doliendo… Quizás es demasiado cuando una amiga como ella me lo dice y yo no puedo hacer nada para evitar que las lágrimas se derramen inundando mis ojos y mojando mi cara. Quizás demasiado es amar incondicionalmente a alguien que sí pone condiciones.

Y… algo ha cambiado. Quizás amar demasiado sea estar dispuesta a dejar marchar a alguien a pesar de sentir tanto. Porque siento terror, terror a que nunca emprenda el vuelo de retorno, terror a perder ese algo llamado amistad en lo que siempre quise que se convirtiera nuestro amor.

Y… me doy cuenta de que dejé de vivir para que mi vida no interfiriera con la suya.

Y… me confieso a mí misma que quizás si huyo de todo lo que me suene a “ambiente” sea (entre otras cosas) porque no quiero volver a entrar en ese pueblecito en el que todo el mundo se conoce, ese pueblecito que sé que ella frecuenta, porque no quiero influir en su vida, en sus acciones. Y… me doy cuenta de que me pierdo parte de vida, de mi vida…

Y… decido comenzar a dejar de hacer lo que solía en esta mi eterna huída. Y decido iniciar este blog porque a pesar del miedo que me da que ella lo encuentre por casualidad, a pesar de todas las excusas que siempre puse para ser solo una mirona… a pesar de todo eso y mucho más… hay algo que siempre hice, incluso desde antes de tener una conciencia clara de ello: Escribir.

Y… quiero decir desde aquí: gracias a If. Porque creo que el inicio de la decisión de este proyecto comenzó ayer por la noche mientras hablaba contigo.

Noche extraña de conversaciones con Periquita Azul, con If, conmigo misma… y aquí estoy. Una novata nerviosa ante esta nueva aventura.