01 marzo 2010

Un nuevo primer paso


Solía correr por caminos empinados. Había árboles y arbustos que, a veces, rompían la piel de mis piernas.

Muchos de esos árboles se quebraron, otros cayeron. El aire sopló y el bosque se rindió. Ahora después de casi un año los árboles permanecen caídos. Algunos que aún se mantenían inclinados en un alarde de cabezonería finalmente se han dejado ir.

Un día el aire comenzó a soplar dentro de mí. Primero fue una brisa fina, luego todo se hizo confuso. El espacio se enrareció y la oscuridad rodeó mis manos, mis pies, mis ojos… las neuronas en el cerebro quedaron enganchadas en una especie de tela de araña viscosa. Me quedé paralizada.

Solía correr. Ahora no sé hacerlo. Camino entre los árboles unos caídos, otros todavía en pie; me gusta hacerlo cuando no hay nadie. Fantaseo con echar a correr y sospecho que volveré a hacerlo. Por ahora sólo arrastro mis pies paso a paso sin elevar nunca ambos a la vez.

Tropecé cuando caminaba con el aire azotando mi cara y caí. Subestimé la distancia con el suelo. Caída en espiral sin solución de parada.

Hoy llegué al final del laberinto. El suelo no es tan duro como creía y sin embargo duele el golpe tras la caída. Algo en mi cabeza dice que éste es el camino de llegada y a la vez el de partida. Dejo atrás los árboles caídos y camino de nuevo.