28 septiembre 2006

Mensajes (escondidos)

Hay camas demasiado grandes. Para mí y, también para dos.

A veces sobra el espacio en los grandes espacios.

Siglos de amar y aprender a desamar, para sentir que solo tiene sentido el suave deslizar de las sábanas sobre camas desiertas.

Los restos de las pieles enganchadas sin amor se esparcen por ese suave discurrir blanco… y los ojos abiertos miran las sábanas que son negras en la noche.

Tiemblan los párpados en constante tensión cuando miran. Y ven temblar la piel iluminada apenas por la luna.

Arriba las Pléyades se reúnen, bellas, y cuentan viejas historias de sexo y amor en mojada mezcla.

Abajo se simula un despertar sincrónico. Miran, tocan, deslizan, rasgan, lloran, enlazan, agarran, gritan…

Palpitan los músculos bajo la piel enganchada y mojada. En suave equilibrio el movimiento desgarradamente tribal se vuelve armónico. Punto intermedio entre abismos de montañas cortadas a pico. Hielo y fuego juntos.

Y yo… que ya no sé quien soy…. Abro los ojos y trago besos con el desespero del náufrago.

Y yo… que ya no sé dónde voy…. Miro arriba y enlazo astros con la convicción del aprendiz de astrónomo.

Y yo… engarzadas las manos de estrellas y besos… los reparto con los dedos por ese cuerpo. Y me olvido de las camas, los astros, los versos… y mato mis suspiros y trago los besos y renuncio a la magia de los miedos que matan mi sentimiento.

Hay camas demasiado grandes…

Estrellas demasiado lejanas…

También hay gigantes rojas, en el cielo, que miran, bellas, lejos.

Y por último hay… en los pliegues de las enormes camas negras sobre fondo blanco, extraños mensajes secretos.

Y en los textos…

24 septiembre 2006

Besos… una historia de besos


Una sonrisa se mezcla con el beso que se escapa de los labios que atrapan mi lengua y con ella mi inocente, consciente, inconsciencia.

Y te apartas una vez más de mi cara para mirar mis ojos y decir, de nuevo, que te gustan. Y desgranas la retahíla de cosas que te gustan de mí. Escucho inmóvil:

Te gusta mi manera de hablar, en ocasiones atropellada, casi sin respirar, y la timidez cuando de hablar de mí se trata. Mis ojos, repites. Y el modo en que me muevo cuando me pongo de puntillas si hablo emocionada (no era consciente yo de eso). Dices de mí que te encanta que mis piernas no quepan apenas en el asiento de tu coche (¿por qué vuelves a echar siempre el asiento hacia adelante?). Callas, me miras… y sigues. Te gusta mi sonrisa, dices. Y mis manos. Mi despiste y todo lo contrario. Soy una pesadilla, insistes, siempre discutiendo cualquier opinión.

Tocas mi hombro, y mencionas mis huesos, hablas de mi clavícula, mi cadera, muchos huesos. Te gustan. Se clavan a veces en tu carne y te encanta, curioso.

Mis besos, dices, te gustan mis besos. Dices que tras años de pareja estable no recordabas que se podía besar así. Y yo… vuelvo a preguntarme qué hago, aquí ahora contigo.

Y consigues que mis protestas callen. Me besas, te hundes en mis huesos. Mis labios ahora cerrados a modo de barrera se rompen y entras. Y sé que soy aquello que ahora necesitas para no sentir que tu vida dejó de tener sentido. Y sé que yo que no sentía, ahora siento, y aprendo de algo que sé será fugaz.

El momento se vuelve oscuro y me mojo contigo. Busco entre tus piernas y viajo en tu deseo mojado por el mío. Te bebo para no deshidratarme. Dulce y salado a la vez tu cuerpo. Me muevo en frágil equilibrio móvil de equilibrista y tú te acoplas a mí para no caer al abismo. Agarras mis huesos, que te gustan, y me gritas en ruidoso silencio que me olvide de todo.

Y te enamoras y gritas y te vas… y ahora, yo todavía sonrío por lo mucho aprendido. Y no puedo evitar preguntarme… ¿Si decidiste marcharte por qué todavía, hoy, te sigue costando tanto mirarme a los ojos? Y tú que no sabes responderme me dices sólo que algún día podrás mirarme sin más.

Te veo y dices que te gusto. Yo te pregunto por tu pareja. Bien con él, respondes.

No me arrepiento de los besos… de lo aprendido. Me enseñaste que todavía podía sentir.

21 septiembre 2006

Cicatrices

Guardo un tatuaje pequeñito en cada una de las zonas sensibles de mi piel. Cicatrices de besos que antes dolían.

Mi codo, mi rodilla, mis dedos…

Bajo mi ombligo a la derecha, a la izquierda… hay huesos que echan de menos cicatrices viejas.
El agua de mis ojos claros ya no se escapa. Sólo observo con curiosidad como se rasga mi piel y salen cicatrices nuevas.

20 septiembre 2006

dos o tres segundos...

En un rincón un minúsculo trozo de mi piel. Lo cojo, lo toco, lo miro, lo estrecho contra mi pecho. Me lo quedo.

En esas noches de dejarme sentir… quizás me olvidé de vivir. Quise dormir y sólo me atreví a gemir. Y perdí un trocito o varios de mí.

En mitad de la helada estepa descubro la magia perdida… dos o tres segundos de ternura… y un interrogante silencioso respirando al lado, durmiendo. Y la respiración que se acopla a su sueño.

Y quiero despertarme… y sentir, aunque duela. Porque el hielo que me aprisionó, también me protegió y ahora… me pervirtió. En sueños veo que me encantaría compartir un sueño. Y, sin embargo, dije no. Y sigo en ello.

Fría y cálida… ternura ausente, independencia consciente. No necesito a nadie porque sé dormir sola y me pierdo en mis sueños cuando duermo. Y sin embargo, hoy, me pierdo con los ojos muy abiertos.

En mis manos mi piel a tiras, tirada… siente y está viva… y sin embargo no sabe “vivir”.

Me dejé tocar y sentir… no vivir. Ahora aprendo.

Una noche más recojo el sueño y lo guardo en los pliegues de la espiral de mi casa de caracol. Y duermo…

18 septiembre 2006

CORRO (ME) QUEMO

Mojada. Con el cuerpo todavía empapado. La camiseta pesada y el pelo más oscuro. Mis manos mojan las teclas. Mi cara empapó el teléfono. Cuatro estiramientos rápidos. Aún resbalan las gotas de sudor por mi cara.

Quise hoy correr por las calles, demasiado oscuro para aventuras campestres, hoy no. Pretendido olor varonil de colonia hortera en un parque. Adolescentes intentando ligar. Se me acaba el parque. Sigo por las calles. Demasiado rápido.

En los confines de mi pueblo me paso al otro (pueblo) y sigo corriendo. Sé que voy demasiado veloz, pero no reduzco. No hay nada que me impida correr tanto como pueda. No llevo el dichoso pulsómetro, ni siquiera un reloj. Solo el aparato “hacedor” de música enganchado al brazo, conectado directamente con mis orejas.

Estoy lejos, he de regresar, me quemaré si sigo corriendo así. Sigo. Quizás se rompa mi corazón me digo. Que se rompa.

Control. Siempre control. Entrenamiento perfecto a las pulsaciones adecuadas. Tantos kilómetros tanto tiempo. Todo controlado. ¿Yo soy así? No ahora.

Jadeo… joder, me quemo. No puedo más y sigo. Caderas adelante, mis piernas no van a pararse hoy.

La chica másqueguapa me dijo un día que lo mejor de mí era cuando dejaba de controlar. Ese querer controlarlo todo…

Controlar para cuidar mi corazón. ¿Qué pasa si no lo cuido? Qué más da si se rompe. Se rompió ya y lo recompuse. Sabré hacerlo otra vez, o no… ¿importa acaso eso ahora?

Me rompo. Duele. Sigo. Corro, no paro de correr. Regreso ya, la calle se empina y yo no aflojo. Mantengo mi cuerpo erguido y acelero. ¿Para qué coño quiero los abdominales? ¡uff! Hace siglos que no hago abdominales. Sigo… saco la lengua. Paso mi mano por la cara, se moja, la paso por la camiseta.

En mi mente la chica misteriosa. Corro más, casi no puedo, pero lo hago. Sus palabras en mi mente. ¿Por qué diablos desaparece? Me gusta. Nada más, nada menos.

¿Si admito que me gusta me romperé? Creo que no. A veces está, otras se va. En mi piel el recuerdo de algo especial que aún no sé explicar. Le gusto. ¿Por qué se va y aparece de repente?

Control helado para evitar el ataque al corazón. Y sin embargo, ahora me muero por quemarme en mi propia hoguera.

¿Cuánto tiempo hace que no me abrasaba que no llegaba al final, al no puedo más?

No puedo… acelero. Mis piernas no saben ir más rápidas, pero me importa un bledo. Más, joder, más… Acelero sin saber cómo.

Llena de fuego bajo la velocidad. No puedo… me muero. Corro despacito, solo un poco. Paro.

La voz de la chica vasca al teléfono. Un día corremos juntas. De momento mil abrazos virtuales para ella, hoy un poco quemados. Sabe que estoy cerca.

Lentamente los latidos son más lentos. Ya no estoy tan mojada. Mi respiración se vuelve apenas perceptible. Pero sigo teniendo una extraña sensación de calor.

Me quemo, me rompo y no tengo claro que eso me disguste. Me gusta nadar sin ropa, mojarme con ella si la llevo puesta, quemarme si hace calor, llorar cuando duele, reír si el mundo se mueve y me hace cosquillas. Mirar las estrellas en las noches cálidas y temblar en las noches frías mirándolas también. Y sé que controlar todo eso es imposible. ¿Me romperé? De momento noto calor.

¿Un corazón quemado es un buen corazón? El mío todavía late.

CORRO

Un día empecé a correr. Fue el principio de la descongelación.

Aunque de pequeña corría tuve, ahora, que aprender de nuevo. No sabía ya como se hacía.

Al principio costó. Me dolían los pies, rodillas y demás partes del cuerpo. Mi corazón desbocado se quejaba y decidí comprar un aparatito para controlarlo.

Dado por naturaleza a desmanes varios no me fiaba de mi músculo del amor. Compré pues, una especie de electrocardiograma de bolsillo que usan los deportistas. En la misma tienda me vendieron zapatillas de colores, pantaloncillos y camisetas. El resultado fue que un buen día me encontré con un perfecto disfraz de corredora. Daba el pego.

Solo había que correr. Y yo corría. Poco, pero corría.

El hielo empezó a desaparecer de mis piernas. Luego de mis brazos, caderas y cuerpo. En mi corazón aún hielo. El pulsómetro medía su grosor.

Cuando comencé a correr cuesta arriba todo estalló. Esa capa gruesa desapareció. Un frenético festival de sangre en movimiento sustituyó la inmovilidad del frío. Pero luego al parar todo volvía a la normalidad helada.

Un día me topé con unos locos. Se les añadió una loca. Ellos armados con su experiencia y con muchos kilómetros sobre sus piernas querían hacer una maratón. Yo con mi alegre inconsciencia me uní a ellos.

Algunos se lesionaron por el camino. Otros continuaron. Yo sólo podía correr, correr y ver que pasaba.

Soy impaciente. Quizás por eso acabé una hora antes de lo que debiera. Me cansé mucho eso sí. Acabé esa maratón y no sé yo como sucedió pero en ese momento, mientras cruzaba la línea de meta no había nada de hielo en mi cuerpo. ¿Por qué ahora, sin embargo, descubro todavía dentro de mí restos helados?

Quizás deba, sin demora, ponerme a correr ahora.

17 septiembre 2006

Cerrado olor


Érase una vez un monasterio. “Moderno” monasterio con modernos visitantes recorriendo cada uno de sus históricos recovecos.

Yo andando por el dichoso monasterio. Muy cerca de mí una chica. Ella se acercaba y yo me apartaba. Estábamos en un monasterio. No quería que nos echaran de allí. Por lo demás no me importaba que se acercara.

Se había acercado en otros momentos y yo no me aparté.

Un confesionario. Lo miré. Y no me sentí bien. Extraño olor penetrante. Las piedras, la madera, confesionario, monasterio… olor a algo pasado que comienza a estar rancio. Olor a cerrado entre cuatro paredes de piedra antigua.

Sentía que me ahogaba.

Salimos de allí. Y el olor vino conmigo.

Más tarde ella quiso besarme, tocarme… yo andaba cansada ¿tan cansada? Parece que sí. Ella sabía que yo no me canso, nunca me canso. Y sin embargo, estaba cansada. Cansada de oler a cerrado, cansada de algo que no podía entender.

Sólo un día antes todo era posible. Mi vida un folio en blanco. Mi corazón un proyecto de historia. Mis labios llenos de palabras y besos.

Conduje con las manos y los pies mientras los ojos de la chica se clavaban en mí. Andamos hasta donde quisimos y paramos. Buscamos un sitio y lo encontramos.

No quisimos dormir mucho y a mí me encantó.

Durante días quise no pensar en un contenido para sus besos, mis caricias y sus suspiros. Así me lo pidió. Me gustó.

Entre los muros añejos de ese monasterio la humedad en forma de penetrante olor trajo a mí una respuesta a una pregunta que no había querido formularme todavía.

No. Dije.

Yo casi casta, sin rollos. Ella con tantos a sus espaldas. Yo amores. Ella líos.
No creo que pueda enamorarme, dije el primer día. ¿Quien habló de amor? Me respondió ella.
Déjate llevar me dijo y eso hice. Se enamoró. Yo no.

En ese monasterio supe que no. No más noches de pasión, no con ella.

Recuerdo su cara incrédula mirándome, sus manos buscándome. ¿Por qué ahora no? No lo sé, dije. Ya no la deseaba y no tengo una respuesta para ello.

Érase una vez yo sola. Hoy y ahora. Entre paredes urbanas. Huelo a algo extraño, rancio aire de muros inmensos de monasterio. Ácido olor familiar. Huele a sueños encerrados, cuerpo y alma enganchados, mojados. Humedad. Huele a cerrado. Quizás si abro… Pero aún no sé cómo.
Érase yo y una borrachera que pasa. Y el penetrante olor a cerrado queda.

14 septiembre 2006

restos

“Los restos del naufragio quedaron esparcidos o desaparecidos o rotos. Nos queda el presente que ya es suficiente…” (Bunbury)

Peyote, setas y polvos mágicos para lograr estados alterados de la conciencia. El mar y un buen pescado…

Nunca probé el peyote. Ni tan siquiera sentí deseos de hacerlo después de leer a Castaneda. Comencé a meditar tras la lectura. Sólo eso. Buscaba “mi sitio” y pensé que meditando “encontraría”. Ahora descubro que encontrar, lo que es encontrar encuentro sólo cuando no busco. A veces encuentro, incluso demasiado.

El naufragio acabó. La canción dejó de sonar.

Restos de mi misma que ya no son más que restos de alguien que vivió mil años atrás.

Naufragio de mí. Me escapo, al fin, de mis restos. Y mis manos parecen más grandes y hábiles. Naufragio de besos dulces enredados en mis manos saladas. Naufragio de sentimientos que durmieron naufragando y ahora devienen en sentidos deshelados que duelen (también todo lo contrario).

Restos dónde hubo. Hubo donde los restos. Los restos del día escasos de sueño.

Restos de sueños pegados a mis parpados abiertos, muy abiertos.

Restos sólo restos, más que restos, siempre más. Yo entre los restos creciendo.

Restos de vidas de personas en mi día a día. Restos, hoy que el agua hizo el resto y acabó con los restos, del verano.

13 septiembre 2006

Saber, sabor


Ácido, amargo, dulce, claro, oscuro.
Pequeñito y grandote, agudo, obtuso.

Caliente líquido, frío sólido.
En mi boca fuera, sale, dentro.

Sorbo, trago, saco, meto,
sabe a negro, huele a blanco.

Ya no quiero estar.
Voy a ser.
Saber, no querer.
Decir y callar.

Pienso, siento,
joder, sólo escribo.
Miento.
Vivo.

11 septiembre 2006

PISANDO CHARCOS

Monótono ruido de limpiaparabrisas. Lluvia y música, palabras de fondo. Yo perdida, hundida en mi asiento. Miro las gotas caer a través del cristal. Ando detrás. Curiosa la sensación de ser pasajera de atrás en un coche. Todo el espacio para mí. Ellos hablan delante, yo no escucho.

Árboles mojados pasan ante mis ojos, tierra húmeda, ríos turbulentos, a ratos. Son bonitas las montañas mojadas.

Paramos. Estoy medio atontada… fuera llueve. Hay otros coches también parados. Algunos no se atreven a salir del coche-refugio. Nosotros nos aventuramos. Tapo mi cuerpo con mi super-chubasquero-técnico-de-montaña. Cremallera hasta arriba, ajusto puños, capucha encajada en mi cabeza. Piernas al aire, manos también.

Caminamos, otras personas lo hacen también. Nos preguntan si está muy lejos, mi amigo dice que a diez minutos. -¿Muy lejos? ¿A dónde vamos? - Pregunto yo todavía atontada. –Te lo dije antes – vamos a una cascada –dice mi amigo. –Ah.

El agua moja. Piernas, manos, nariz… caminamos. Frío. Me espabilo.

Me ilumino al verla. Bella cascada. Impresionante. Subimos, un poco. Miramos. Hemos llegado antes que el resto de la gente. Miro, miro… remiro.

Hay un caminito que se empina. Lo miro. Subo un poco. Miro abajo. Mis amigos siguen ahí quietos. –Voy a ver. – Digo.

Corro. Me mojo un poco más. Tierra mojada empinada. Paro. Miro. Me gusta más la cascada desde aquí arriba. El camino vacío, nadie delante, nadie detrás. Frente a mí, sobre mí, por debajo de mí, agua. Más allá el camino sube. Y yo con él. Subo, corro, salto, me como las piedras y las ramas, corro… Me paro jadeante y miro abajo. Dos pequeños puntos. Mis amigos. Grito. Miran. Saludan. Me hacen señas, quieren que baje. Se mojan.

-Voyyyyyy –Digo. Y bajo corriendo. Me estorba la capucha y la tiro para atrás. Mis ojos buscan piedras estables y las piso, salto de una a otra. Libre. Llego donde mis amigos. Congelados ellos dos, yo ya no.

-Cuidado al bajar, esto resbala. –Oigo la voz de mi amigo. Es tarde, corro por esa bajada resbaladiza, salto ante la posibilidad de cada resbalón. Charcos, piedras, plantas… Me mojo y me encanta. Paso de largo a otras personas. Miran con cara rara. Piso charcos y me mojo más.

Vuelta al coche. Pista. Charcos, muchos charcos.

Ya despierta durante el resto del viaje. Subimos. Ahora corremos en ese coche enorme que se traga las piedras y los charcos del camino. Vaivén. Coche. Rara esta manera de andar por la montaña.

Algo en común con mi amigo. A él le encanta pisar charcos en la montaña con su todo terreno. A mí me gusta hacerlo con las piernas. Los dos pisamos charcos.

07 septiembre 2006

REGALO

Desde el principio de los tiempos, de nuestros tiempos, del tiempo que nos tocó compartir, del tiempo en que nos fue dado conocernos… comenzó a cimentarse una amistad. O algo parecido.

Un beso en mi coche, en un parking, lo cambió todo.

Hablaba y me mirabas, te miraba. Me besaste. Me dejé. El dueño del parking hizo buen negocio. Quizás incluso asistió a un mini espectáculo. Él sabrá.

Yo dejé de pensar. Ya te dije. Por eso no sé decir qué llenaba mi mente en ese momento. Mis sentidos andaban llenos de ti.

El café. No tomábamos café. Pero era un café. Café con todas las letras. Allí siempre nos olvidábamos de que había otros, otras, en otras mesas. El camarero contorsionando su cuello para poder ver nuestra mesa. No he vuelto a ese café.

Tus manos. ¿Cuántas manos tenías? Por todos sitios tus manos. En tu casa, en la habitación de al lado, tu hermano ¿durmiendo? Música protectora, tu mano en mi boca agarrando suspiros.

Mis manos. Palas gigantes que llegan a todas partes. Rozo tus labios y se inunda la otra punta del mundo. Toco, te toco… mis manos crecían contigo.

Tu espalda mirándome en mi cama. Temblabas. La primera vez que no teníamos prisas ni miedos… nos teníamos. Desespero en tus poros, te giras, te dejo, te beso, me besas. Me pierdo… y no te lo digo.

Montseny. Es posible amar sin dormir, amar sin morir, amar si parar, amar sin descansar. Es posible dormir durante cinco minutos y de repente despertar. Sin mirar, otra vez, todo vuelve a comenzar. Una ventana en el techo, debajo nuestros cuerpos. Danzo al ritmo que marcan tus caderas y no paro, no paras, no paramos. No podía casi moverme al día siguiente. ¿Importa que nos perdiéramos la belleza de las montañas?

Silencio. Mi silencio durante tiempo. Te das. Me doy. No lo digo. Silencio. Miedo. No quiero decir, decirme, lo que siento. No en voz alta, no fuera de tu cama, de mi cama, de tus brazos.

Y tú. Dudas y te cansas.

Y yo, grito. Y hablo y llego donde tú estás cuando decidiste marchar.

Girona. Amor desesperado en una habitación de hotel. Te necesito, me necesitas. Lloran las nubes sobre el barrio judío. Nos mojamos por dentro y por fuera.

Paris. Sueño extraño, besos y paseos de la mano. Conversaciones de desamor, besos mojados de pasión.

Murcia, Vitoria, Bilbao, Costa del cantábrico, Asturias, Montes de Europa, Almería, Granada, Sevilla, Cádiz, Madrid. Una caricia en cada lugar.

San Francisco. Montañas con osos, Las Vegas, El Gran Cañón, Los Ángeles. Cama King Size para perdernos y encontrarnos. Preciosas, brumosas, fascinantes las playas del Big Sur. Un oso, un perro, una mariquita…

San Francisco otra vez… Tu mirada. Tus besos, tus manos, tus piernas enredadas en las mías. Suspiros desesperados el último día. Feliz, felices.

Sí. La felicidad existe.

Fin.

Muero. Sé que mueres también. Morir es también volver a nacer, aunque yo no lo sabía.

Costa brava, complicidad lánguida. Sur de Francia, rastros de Van Gogh. Besos ausentes. Lágrimas.

Budapuest acuoso y lloroso. No sabía dejar de estar triste. En el gran mercado, al final, sonrisas.

Desierto. Hielo. Y, sin embargo, amor.

Amor. Más allá de convenciones, tópicos, relaciones, posesiones, condiciones… Amor sin más.

Suerte. Soy afortunada conozco la historia más bonita del mundo. Es mía y tuya.

Quizás nos quisimos, nos queremos, demasiado. Quizás… Hoy sonrío. Y no dejaré de hacerlo siempre que piense en ti.

Felicidades trozo de…

Y ahora cierra los ojos.
Piensa un deseo
y sopla…


06 septiembre 2006

Café de mediodía

Café.
Una pantalla con música.

Hombre y mujer brasileños cantan.
Hay subtítulos en inglés.
Leo… hablan de amor.
Cantan al amor.

Me bebo el café.
Garabateo.

Hombres a mi alrededor.
Hablan castellano.
Beben cerveza.
Sin escuchar, sin mirar,
el canto al amor de la pantalla.

Surreal este bar.
Surreal mi necesidad
de escribir en este lugar.

Tras la barra unos ojos me
miran.
En mi mesa mis manos
escriben.

Soy un perro verde en
este lugar.

Un rastro de tinta en una
mesa.

Una mancha de café.
Un papel por rellenar.
Música en portugués
que no puedo entender
porque ya me cansé de leer.

Abro los ojos… en este bar
Y sé que ya he de regresar.

04 septiembre 2006

Amiga

Final del verano, mi piel se escama… Solo ligeramente. Pero ese tostado intenso que produjo la montaña en mí comienza a resbalar en forma de escamas. Amenaza desde abajo la palidez natural de mi cuerpo.

Revolución en mi ser. Dentro, fuera, cerca, lejos… Revolución.

Noches que pierden minutos, días que acortan su vida… Mi cuerpo que transita luces y sombras…

Y dejo de escribir. Interrupción sonora.

Sonido escasamente armónico que identifico de inmediato con mi móvil. Anuncio de un mensaje. Miro descuidadamente la pantalla.

“Hola Vita! Hoy hace 1 año d aquel mágico fin d semana! Brindo por nuestra amistad y nuestro amor! Desde entonces me siento guerrera y aquí luchando estoy. Un besazo.”

Miro otra vez. No hay duda. Eres tú Montañera, desde la otra parte del universo. Hace poco ya me sorprendiste con una llamada. Trato de recordar. ¿Hace un año? Conversamos hace un año. Sí.

“Ets molt valenta Vita” (“Eres muy valiente Vita”). Decías. Yo no acababa de entenderlo. Admirabas mis excursiones solitarias por esas montañas que acabé conociendo tan bien. ¿Tú, La montañera experta, admirabas eso de mí? Me explicaste que, a pesar de tu dilatada experiencia, no te atrevías a ir sola a la montaña. Me contabas lo especial que era ese día, ese momento, esa conversación, ese atardecer para ti… y no me lo creí del todo.

Silencios y palabras en un atardecer junto al agua en la montaña. Tú y yo. Tus ojos brillaban. Me contabas tu vida. Estabas llena de rabia por no haber sabido cambiarla. Mirabas dentro de mi mirada y escuchabas mis silencios. Me abrazaste.

Admirabas mi libertad, la libertad con la que hablaba cambiando de tema, de idioma… Me salía así. Buena manera de esconder mi timidez. Querías cambiar tu vida. Querías libertad y por algún extraño motivo veías eso en mí.

Y después toda tu vida cambió. Te fuiste a la otra punta del mundo. Ahora me entero de lo importante que fue ese momento, ese día para ti.

Y yo… mientras aquí.

Brindas por una amistad que no soy consciente de haber dado. Brindas por aquellas palabras compartidas. Por aquellos días mágicos…

Y yo… mientras descongelándome todavía.

Tu vida, otra, un año después. ¿Tuve algo que ver? No lo sabía. Me gusta saber que fui motor de algo, me gustas más ahora, más la persona en la que te has convertido. Pero… un trozo de hielo nunca es buen modelo. Y eso era yo entonces.

Llevas tiempo gritando tu amistad. Llamadas, mensajes, mails…Y yo silencio. Quizás es que no sé ser tan buena amiga como tú piensas.

Me invitas a la otra punta del mundo. Vente, decía hace unos días tu voz al teléfono y yo reía. Ahora sé que no había broma en tus palabras.

Hace un año…

Montañas. Me perdí en ellas. Conocí también a algunas personas. Yo estaba congelada, totalmente congelada ¿Nadie se dio cuenta?

Esas excursiones solitarias que tanto admirabas solo eran para mí un modo de huir. Un escape por el que fluir como lo hace el glaciar en su camino… porque yo era solo un pequeño bloque de hielo.

No era buen modelo para nada. No buena amiga, no buena montañera… No podía dar lo que no tenía. ¿Cómo diablos te llegó algo de mí?

Eres tú la que me enseñas a mí. Lecciones de amistad, de libertad, de fuerza, de valentía… Sola en la otra parte del mundo.

Regreso a mi pantalla con la cabeza llena de recuerdos y sensaciones.

Mi piel otra vez… tengo en el brazo una leve cicatriz. Una rama quiso tatuar mi brazo el verano pasado para que no olvidara ese momento. Toco el dibujo y cierro los ojos… veo en mi cabeza el lugar en el que ese día hablamos. Agua, montaña y compañía.

Unos días después me enviaste esta foto:


Ahí nos tostamos la piel, ahí me la tosté yo este verano. Tú ya no estabas.

Ahora me das lecciones de amistad desde la otra punta del mundo.

Brindo por ti y por nuestra amistad.

01 septiembre 2006

Sentimientos enredados

Se rozan pensamientos y sentimientos entre mis dedos. Pensamiento simple corriendo por mi piel mezclado con sentimiento complejo.

El animal que habla dice pensamientos que transportan sentimientos. ¿Puedo sentir algo que no puedo decir? ¿Decir algo que no puedo sentir? El animal que soy yo, habla, siente, piensa, toca con sus manos lo que sale de su boca.

Manoseo las palabras con los dedos. Tienen texturas diferentes todas. Huelen a secretos escondidos por ropajes húmedos. Lamo palabras que saben a sabores secretos. Siento en mis sentidos la forma de las letras, las comas, párrafos, silencios, gruñidos, suspiros…

Oigo y miro, palabras, que llenan de sentido mis sentidos… palabras que dicen más que la lógica fría de los filósofos. Sentimientos que son palabras susurradas, gritadas, silenciadas…

Apenas rozo ahora este teclado y surgen palabras para manosear…

Y me sigo preguntado si tiene sentido distinguir razón de comunicación, pensamiento de sentimiento, sentir y decir.

En mis manos pensamientos se enredan en sentimientos que erizan la piel y roban la razón a la lógica del lenguaje verbal. En mis manos los nombres callados de las palabras que siento.