17 septiembre 2006

Cerrado olor


Érase una vez un monasterio. “Moderno” monasterio con modernos visitantes recorriendo cada uno de sus históricos recovecos.

Yo andando por el dichoso monasterio. Muy cerca de mí una chica. Ella se acercaba y yo me apartaba. Estábamos en un monasterio. No quería que nos echaran de allí. Por lo demás no me importaba que se acercara.

Se había acercado en otros momentos y yo no me aparté.

Un confesionario. Lo miré. Y no me sentí bien. Extraño olor penetrante. Las piedras, la madera, confesionario, monasterio… olor a algo pasado que comienza a estar rancio. Olor a cerrado entre cuatro paredes de piedra antigua.

Sentía que me ahogaba.

Salimos de allí. Y el olor vino conmigo.

Más tarde ella quiso besarme, tocarme… yo andaba cansada ¿tan cansada? Parece que sí. Ella sabía que yo no me canso, nunca me canso. Y sin embargo, estaba cansada. Cansada de oler a cerrado, cansada de algo que no podía entender.

Sólo un día antes todo era posible. Mi vida un folio en blanco. Mi corazón un proyecto de historia. Mis labios llenos de palabras y besos.

Conduje con las manos y los pies mientras los ojos de la chica se clavaban en mí. Andamos hasta donde quisimos y paramos. Buscamos un sitio y lo encontramos.

No quisimos dormir mucho y a mí me encantó.

Durante días quise no pensar en un contenido para sus besos, mis caricias y sus suspiros. Así me lo pidió. Me gustó.

Entre los muros añejos de ese monasterio la humedad en forma de penetrante olor trajo a mí una respuesta a una pregunta que no había querido formularme todavía.

No. Dije.

Yo casi casta, sin rollos. Ella con tantos a sus espaldas. Yo amores. Ella líos.
No creo que pueda enamorarme, dije el primer día. ¿Quien habló de amor? Me respondió ella.
Déjate llevar me dijo y eso hice. Se enamoró. Yo no.

En ese monasterio supe que no. No más noches de pasión, no con ella.

Recuerdo su cara incrédula mirándome, sus manos buscándome. ¿Por qué ahora no? No lo sé, dije. Ya no la deseaba y no tengo una respuesta para ello.

Érase una vez yo sola. Hoy y ahora. Entre paredes urbanas. Huelo a algo extraño, rancio aire de muros inmensos de monasterio. Ácido olor familiar. Huele a sueños encerrados, cuerpo y alma enganchados, mojados. Humedad. Huele a cerrado. Quizás si abro… Pero aún no sé cómo.
Érase yo y una borrachera que pasa. Y el penetrante olor a cerrado queda.

3 comentarios:

  1. El corazón a veces es un deshielo brutal...no sabemos como pero dejamos de sentir de un día para otro como quien cierra un grifo que andaba goteando...

    Es parte de todo. Parte de la vida.

    Un saludo

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  2. Lo que necesitas es abrir bien las ventanas, ventilar y dejar que entre aire fresco en tu vida.

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  3. Oski,
    No podemos decidir qué sentir. Sí que hacer con aquello que sentimos. Pero no es posible decidir sentir algo. Y sí… a veces dejamos de sentir. No puedo entenderlo. Me duele saber que duele. No me gusta hacer daño. Pero sé, sin embargo, que lo mejor que puedo hacer en una situación así es ser sincera, aunque duela. Gracias por tu comentario. Un beso.

    If,
    Probaré tu consejo. Ahora mismo abro todo. Aire fresco… Claro, el hielo se queda enganchado en aquellos lugares por los que no corre el aire. Lo comprobé en las montañas había hielo y nieve en los recovecos allí donde no circula nada.

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