05 marzo 2021

Huellas de hojalata

No sé porqué pero me gusta correr. Porque sí, porque una carrera, porque llego tarde, porque estoy jodida o porque quiero. Correr ha sido algo así como un continuo en mi vida y cuando no he podido hacerlo lo he pasado mal.

De turismo por mi pasado, en este blog, me he encontrado con varios textos en los que hablo de correr. Me recuerdo escribiendo uno de ellos. Jadeante, las manos mojadas sobre el teclado, incapaz de mantenerlas quietas. Escribir como necesidad absolutamente vital del mismo modo en que un momento antes lo había sido correr.

No soy competitiva, creo. Pero todavía recuerdo aquel día de mi infancia en el que me apunté a una carrera de pueblo. Fue una decepción total. Mi orgullo infantil necesitaba ser restaurado. Un mes después hubo otra carrera, entrené corrí y gané un trofeo. No soy competitiva, creo, pero ganar trofeos de hojalata tiene su qué.

Luego crecí, vestí dorsales y coleccioné más hojalata. No soy especialmente rápida, simplemente sigo cuando llueve, graniza, hace viento, calor o, incluso, cuando no queda nadie a quien perseguir.

Con lágrimas y risas, las manos frías, el pecho caliente y los pies calzados, o no, he corrido en sitios absurdamente solitarios; cálidos a veces, fríos otras. Sorprende lo agradable que es notar el suelo bajo mis pies sin nada que los proteja. Áspero, duro, suave, blando, helado o abrasador.

Huellas sobre la nieve atrapadas en un archivo digital que me devuelve un frío externo propio de otros tiempos.

Las manos secas sobre el teclado, respiración pausada y corazón tranquilo. Un líquido caliente deslizándose hacia dentro y las huellas de mis pies en el recuerdo. Quizás mañana pueda volver a correr.

23 febrero 2021

REVOLUCIÓN

Vivo en una casa sin persianas, a veces me pregunto por qué diablos la elegí así. Tengo ventanas y contraventanas, puertas y contrapuertas. Algunas paredes son de ladrillo translúcido. Es complicado estar a oscuras cuando es de día pero me gusta.

Hace unos días viví una revolución, la mía. El sol, puntual como siempre, se situó en el lugar exacto en el que estaba cuando nací. Y yo, obediente, lo saludé desde mi ventana sin persiana.

También me asomé a otra ventana y observé una cuerda muy tensa de la que estiraban varias personas, algunas gritaban, otras golpeaban. Palabras gruesas de punta afilada, adoquines, palos de reglamento y ruido, mucho ruido.
 
Si cierro la ventana se acaba el ruido. Quizás me haya vuelto conformista o quizás no. Hago cosas convencionales y otras que no lo son. No me gustan los insultos. Escucho, leo, escribo, corro, salto y me emociono visceralmente, pero tengo alergia a las grandes certezas. Esas ideas absolutas y necesarias que anidan en las mentes de algunas personas especialmente motivadas, voluntariosas y dispuestas a la acción.

Comerme las noches y a sus habitantes, mirar las estrellas, esconderme en el alcohol y tragar las ideas con ardor. Convencida de mi visión quería convertir al mundo. Porque para los creyentes imponer la revolución siempre es posible. Y, sin embargo, a menudo me olvidaba de muchas ¿pequeñas? cosas, que también importan.

Gritar en las calles un día y gritar al empleado al siguiente. Clamar contra el sistema durante una hora y correr a buscar la comodidad de ese sistema a la siguiente. Un pack de ideas por decreto para sustituir a otras. Importa su visceral defensa, no tanto la coherencia.

Rehúyo de mandamientos y religiones, busco coherencia en la más absoluta y radical privacidad porque no me gusta decir a los demás lo que han de pensar. Y por eso tampoco escucho a aquellos que pretenden decidir por mí.

Una vida radical, y sin embargo, absolutamente convencional y anodina;  caminando descalza sobre piedras, amando a mujeres, contraviniendo algunas normas sociales y asumiendo otras, comiendo distinto, corriendo distinto. A veces, saltando cuando nadie lo hace y parando cuando los demás deciden seguir.

Y ahora el sol. Otra vez mi revolución. Miro y la veo, a ella. Me siento en casa y pienso que eso es algo absoluta y radicalmente convencional.

Escribo en un hogar sin persianas. Un teclado sobre una mesa que como Alicia crece y mengua. Las manos me llevan y yo simplemente obedezco porque sé que ellas son las verdaderas intérpretes de mi revolución personal.

18 febrero 2021

Universos no tan aislados

Llevo varios días dándole vueltas a esto de estar de vuelta después de años de olvido. Dejar de escribir y publicar aquí no fue una decisión consciente pero sí coherente en la forma y el fondo. Y ahora que he regresado me pregunto si debería cambiar el nombre a este lugar o continuar escribiendo sin más. 

Empecé este blog porque necesitaba un sitio en el que dejar fluir el agua que se escapaba por las grietas de mi coraza helada, refugio y cárcel, vestido y corsé. Hielo autoimpuesto tiempo atrás que, en ese momento, se estaba resquebrajando. Y me dejé ir cuando sentí que ese hielo ya no formaba parte de mí; y en mi vida el agua helada volvía a ser mi amiga. 

El tiempo me trajo otra manera de vivir, sentir y decir. Letras razonables en un entorno razonable porque no sé vivir sin escribir. Continué publicando mis cosas en otro entorno, otra vida, otro nombre, otro universo vital tan lejano y a la vez tan cerca de éste. 

Pero pasa que los universos no son mundos aislados. Las realidades permean entre sí y la vida se abre camino entre ellas. Quizás no sea el mismo hielo de antaño, pero las emociones siguen fluyendo por mi cuerpo y no me gusta expresarlas en esos otros lugares. Eso, y quizás alguna cosa más sobre la que no sé pensar de forma consciente, es lo que me trajo de vuelta. 

Y ahora, otra vez aquí, formulo la pregunta sobre si ese nombre, “Crónica de un deshielo”, tiene todavía sentido. Y me respondo que sí. Porque en la vida, mi vida, no hubo ni habrá un único deshielo y porque aunque mis experiencias de ahora sean diferentes siento que el agua del río de Heráclito sigue moviendo mis caóticos pensamientos, arriba y abajo, dentro y fuera, hielo y fuego. Al final todo se reduce a agua moviéndose. 

En el inicio fue la edad del hielo, ni más ni menos que el principio de algo más grande y quizás menos frío que todavía sigo necesitando explorar y contar.

01 febrero 2021

Una desconexión


Una desconexión entre mente y cuerpo. La dualidad cartesiana manifestada en cada una de sus arrugas. Miro sus ojos claros y me veo a mí misma. Reflejan la pasividad actual de la persona que nunca quiso parar. Manos quietas, a veces temblorosas, desconectadas de una mente maravillosa, ahora encerrada.

 

Un poco más de agua, por favor. Tras cada trago le recuerdo que ha de tragar. Paso a paso asisto al espectáculo de una gran rebelión neuronal. Un pie tras otro en perfecta sincronía, al filo siempre del abismo de una caída. Un poco más y llegaremos a tiempo de asistir al inicio de un nuevo día.

 


Dicen que todo empezó hace años en algún lugar de sus entrañas, allí cerca de donde yo nací. Un intestino enganchado a un cerebro que ya no quiere seguir dando órdenes. Un eje nervioso que poco a poco se olvidó de funcionar de manera autónoma.

 

Los músculos activos, los brazos rígidos y el cuello en permanente tensión. Una alarma disparada que no para y la incapacidad absoluta de descanso. Y sin embargo, sus labios permanecen cerrados. Apenas habla, me mira y sé que a pesar del silencio no puede parar de pensar de una manera errática, paranoica a veces. Un pensamiento absolutamente coherente con la circunstancia de vivir atrapada en un cuerpo incapaz de conectar con esa otra parte que usamos para pensar.

 

El mar en mis ojos, tan cerca, tan lejos, de los suyos. Me mira y la miro. Un día ella fue todo mi universo. El sistema eléctrico falló y el universo entero empezó a colapsar. Soy el planeta que sigue girando esperando el milagro que no es; y mientras, asisto al espectáculo de la desconexión de un cuerpo, frágil y cansado, de una mente maravillosa.

31 enero 2021

Una bifurcación en el camino (sobre deshielos y otras cosas)


Cuando empecé a escribir en este blog, hace ya muchos años, mi universo personal estaba constituido por una gran cantidad de hielo en proceso de fusión. Esa fue la premisa inicial para comenzar a escribir y publicar aquí.


El tiempo pasó y el universo, como todo buen universo que se precie, fue modificando su forma y substancia. Todo fluye, decía Heráclito, y mi vida no fue menos. El tiempo hizo que, poco a poco, cada vez me resultara más complicado escribir sobre un hielo que era ya pasado. Y las publicaciones se fueron espaciando. El mundo cambió y mi vida también. Otras circunstancias llamaron mi atención, otros proyectos ocuparon mi tiempo y yo me olvidé de este espacio de deshielo.


Fue hace poco que volví a sentir que algunas de mis antiguas inquietudes seguían ocupando un espacio en lo más profundo de mi mente. Necesitaba gritar ciertas cosas que ya no tenían que ver con el hielo pero sí con el espíritu y el fondo de este blog que nació como espacio de expresión personal de aquella parte de mi yo más absolutamente irracional.


Y aquí estoy de vuelta, decidida a retomar el camino de este blog porque aunque ya no soy la misma que lo inició sigo siendo parte de él.

27 enero 2021

En el camino

“Una armonía invisible es más intensa que otra visible” Heráclito de Éfeso.


Sucedió un día que el hielo se hizo agua y bebí. Y quise bailar bajo la lluvia sin saber todavía que el agua se volvería un bien escaso. Anudé mis recuerdos a uno de mis dedos y me encomendé a un sol que amenazaba, abrasador, con secar el mundo. Corría el año 2010, la pequeña edad de hielo se acercaba a su fin. Comenzaba un tiempo de sequía.


Anduve kilómetros de líneas con sus respectivas letras buscando un asidero en el que agarrar mis manos. Me olvidé de pensar, sentir y también de dormir. Los médicos no sabían. Yo tampoco. Decidí aprender.



Cuando la vida apremia la filosofía se retira. Y la literatura. Si el cuerpo no funciona la mente no fluye. Y, sin embargo, tuve que aprender que lo más básico a veces es lo más importante.


Me dejé caer porque no vi la manera de subir y no pensé que fuera elegante escribir sobre algo tan poco mágico como la más estricta y material supervivencia.


Tras la desaparición de los primeros hielos vino la retirada de las nubes. La lluvia dejó de mojar y el hambre y la sed se hicieron endémicas. Busqué respuestas y encontré preguntas. Las noches se hicieron días y los ojos encendidos aprendieron a leer en las líneas de la evidencia científica más oculta. Ciencia para tiempos de sequía, ensayo y error para sanar.


Un buen día empecé a escribir y para mi sorpresa lo hice de una manera ordenada. El desierto que nació del hielo resultó ser bastante más templado y razonable de lo esperado. El mundo de repente se volvió lógico, racional y coherente. Demasiada coherencia para un lugar como este.


Quise un día sentir sin respirar. Pero la respiración es condición indispensable para el pensamiento y, lo intuyo, también para el sentimiento.


Hoy, en este invierno frío busco el sol para que me ayude a recorrer al menos un tramo de este abismo que ahora noto entre emociones y razón. Y aquí estoy de nuevo añorando algo de lo que hubo en aquellos tiempos de frío y mojado hielo.