27 enero 2021

En el camino

“Una armonía invisible es más intensa que otra visible” Heráclito de Éfeso.


Sucedió un día que el hielo se hizo agua y bebí. Y quise bailar bajo la lluvia sin saber todavía que el agua se volvería un bien escaso. Anudé mis recuerdos a uno de mis dedos y me encomendé a un sol que amenazaba, abrasador, con secar el mundo. Corría el año 2010, la pequeña edad de hielo se acercaba a su fin. Comenzaba un tiempo de sequía.


Anduve kilómetros de líneas con sus respectivas letras buscando un asidero en el que agarrar mis manos. Me olvidé de pensar, sentir y también de dormir. Los médicos no sabían. Yo tampoco. Decidí aprender.



Cuando la vida apremia la filosofía se retira. Y la literatura. Si el cuerpo no funciona la mente no fluye. Y, sin embargo, tuve que aprender que lo más básico a veces es lo más importante.


Me dejé caer porque no vi la manera de subir y no pensé que fuera elegante escribir sobre algo tan poco mágico como la más estricta y material supervivencia.


Tras la desaparición de los primeros hielos vino la retirada de las nubes. La lluvia dejó de mojar y el hambre y la sed se hicieron endémicas. Busqué respuestas y encontré preguntas. Las noches se hicieron días y los ojos encendidos aprendieron a leer en las líneas de la evidencia científica más oculta. Ciencia para tiempos de sequía, ensayo y error para sanar.


Un buen día empecé a escribir y para mi sorpresa lo hice de una manera ordenada. El desierto que nació del hielo resultó ser bastante más templado y razonable de lo esperado. El mundo de repente se volvió lógico, racional y coherente. Demasiada coherencia para un lugar como este.


Quise un día sentir sin respirar. Pero la respiración es condición indispensable para el pensamiento y, lo intuyo, también para el sentimiento.


Hoy, en este invierno frío busco el sol para que me ayude a recorrer al menos un tramo de este abismo que ahora noto entre emociones y razón. Y aquí estoy de nuevo añorando algo de lo que hubo en aquellos tiempos de frío y mojado hielo.

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