29 octubre 2006

Pastillas azules



-Me duele la cabeza doctora –dije yo. Durante segundos que parecieron eternos ella me miró. Finalmente se levantó y sin dejar de mirarme se acercó a un mueblecillo situado a la derecha de su mesa. Notaba, todavía, sus ojos sobre mí mientras con suma lentitud abría uno de los cajones del mueble. Su mano y sus ojos, por primera vez lejos de los míos, se metieron en el cajón. Y como resultado entre sus dedos apareció una pequeña caja roja. Sus ojos volvieron a mí. Y me la dio.

-Tómate dos de estas. Luego reposa.

En mis ojos se dibujaron unos ocho interrogantes. Pero ella no me dejó verbalizarlos. Se había levantado y me invitaba sin contemplaciones a salir de la estancia. La puerta abierta y su mirada en la mía mientras con su mano me mostraba el camino de salida.

Unas pastillas azules. Dentro de la caja. Ninguna receta. Ya en casa miraba incrédula las pastillitas metidas cada una en su camisa de plástico. Tomé dos.

Y lloré. Lloré todas las lágrimas bebidas durante siglos de existencia. Lágrimas azules, verdes, rojas… blancas como la nieve. Negras como la noche.

Me sorprendió el final del día con los ojos mojados.

No quise reposar. Por eso en la noche más negra corrí para secar tantas lágrimas… Hasta que paré sin lograr secarlas.

Finalmente sólo lloré.

Y arrastraron las lágrimas los miedos, los sueños, pensamientos y sentimientos, células muertas y otras vivas, dolores intensos, indolencias persistentes… Mezcladas en disolución difusa, esperanzas con prejuicios, las caricias, los desprecios…

Después calma sonrisa.

Vendaval de disculpas de aquellos que en algún momento me hicieron llorar.

No saben que algunos médicos recetan pastillas para llorar. Pastillas que se tornan en lágrimas que fluyen en busca de sonrisas.

Guardo unas pastillitas azules para el dolor de cabeza.

21 octubre 2006

Con vistas a la Luna

Si miro con atención aparecen pequeños pliegues entre los cráteres. Es especialmente bella la zona de sombras. El suelo se eleva y se proyecta como sombra sobre otro suelo más llano.

Muevo la mano para tocar ese cráter. Podría luego entrar, caminar, oler la no-atmósfera de esa tierra pequeñita llena de heridas. Pero sólo logro tocar aire. Si aparto el ojo de la lente el aire cobra una realidad insólita.

Aire denso rodea mi cuerpo y al otro lado sólo un telescopio que me acerca y me aleja.

Se mete en mis ojos el negro sólido del aire nocturno vacío de cráteres y sombras.

Miro otra vez, ahora sin lente. La veo circular eterna, redonda… sobre su luz el reflejo de una estrella cercana, rojiza, enorme, pequeña. Piensa que no la miro, cree que sólo me fijo en supernovas disfrazadas de rojas gigantes. Piensa… ¿los astros piensan?

Vuelvo a mí. Mi ojo frágil se posa, de nuevo, en esa lente fría.

En mis ojos un cráter lejano y cercano. En mis labios se engancha un pliegue pequeño de ese cráter. Con mis manos, agarro, beso, la cara oculta de la luna.

15 octubre 2006

Sobre mi hielo.

Vita en segundo plano con pantalón rojo.

Miro una foto en la que sonrío. Antes del hielo. Ojos, labios, dientes… sonríen. Y yo también. No sé si ahora sabría sonreír así.

Quería congelar esa sonrisa y me congelé toda yo. Pero lo hice cuando ya no sonreía.

Conservé la vida… no sé si la sonrisa también.

Mezclo recuerdos vividos con los sueños soñados, trozos de mí helados con otros ardientes… me congelé mientras besaba aquellos labios raros que sabían a vino y a canciones aún no compuestas.

Tras horas de extraña conversación, vino, música y algo de comida, recuerdo mis manos sobre sus hombros, en el suelo. Su cabeza cayó sobre mí y nos quedamos así quietas. Eternos segundos de sueño mezclado con mi incipiente hielo manchado de vino. Pesaba su cabeza… no me atrevía a moverme. Finalmente lo hice.

Me congelaba mientras me besaba y… sin embargo, sabía que necesitaba besarla. Para vivir, para congelarme, para morir, para descubrir que podía volver a besar así.

Durante eternos extraños meses recompuse mis cristales de hielo. Dispuestos en hileras infranqueables. Aún no entiendo cómo pudo entrar alguien.

Esos ojos día tras día sobre mí. Las manos en mi cara, los dedos junto a la boca. Los besos… los suspiros y los cuentos. Las horas de sonrisas. Los miedos.

Mojada y sorprendida… ella me enviaba mensajes para explicar lo extraña que se sentía. Confundida en mis manos, perdida yo en las suyas.

En el hielo, fuego. Hielo mezclado con miedo. Hielo rodeando mi cuerpo. Y en el hielo sonrisas. Unas cuantas de regalo.

Luego… más hielo… perdida en él ya no quise abrir puertas ni ventanas. Quise volver a recomponer el orden de mis pequeños cristalitos. Unos azules los puse en mis orejas, otros los tragué. Anduve por las nieves buscando más. Más hielo difícil de deshelar.

Y, sin embargo, con el verano llegó puntual el deshielo. Deshielo sin besos, sin caricias, sin sentidos revueltos, deshielo porque sí, porque yo lo decidí así. Sólo eso.

Ahora… me deshielo sin regalos. Duele, cuesta, siento que a veces me rompo como el glaciar al final de su camino.

Rota, ahora soy agua, fluyo… y observo brillar en el deshielo un bonito destello azul escapado de una estrella aún lejana.

13 octubre 2006

Fiebre

Noto las fibras de los músculos de mis piernas en situación estática. Hay músculos largos que van desde arriba a las rodillas. Los he visto, a veces, en tensión mientras mi corazón se aceleraba.

Se desbocan ahora las mínimas fibras que componen mis piernas. Dolidos los músculos junto a las rodillas, caderas... también cerca de las lumbares… Las yemas de los dedos se revelan, mientras noto con intensidad los pómulos en la cara, garganta y labios; enormes labios resecos. Y duele la postura en la silla.

Me inunda un vendaval de calor. Desde dentro mi piel quema y me quema por fuera. Miran brillantes los ojos enormes, calientes, rojos. Me subo en la nube de calor y pierdo mi consciente prudencia que tapa mi inconsciencia.

En mis neuronas una caja pequeña llena de recuerdos. Vagamente recuerdo vendavales con calores extraños. En la nube roja se difumina la sensación de dolor.

Veo el mundo desdibujado a través de los gruesos párpados que tapan mis ojos y pienso en cuanto cuesta pensar.

Mi “super yo” se cansa y marcha a dormir. Queda conmigo esa parte irracional de mí que nada en agua ardiendo. Y escribo sin más porque sé que mis labios resecos no pueden hablar. En mi cuello lijas terribles me piden que calle. Escribo.

En los resquicios de mi piel busco un escondite para los besos que se escapan enlazados en letras que engancho a mis dedos. Sólo encuentro ardor extraño que duele en forma de nube difusa. Rojo en los ojos cerrados que miran sin ver… siento que pierdo las ganas de mantener el oremus.

En un palito curioso, con un raro metal líquido dentro, se marca la intensidad de mi extraño vendaval. Miro. Tengo fiebre. ¿Es sólo eso?

08 octubre 2006

Me mueves

Yo quietecita sentada como un pasmarote. A mi silla le gusta moverse. Pero si anclo bien los pies en el suelo permanece quieta, yo con ella. Y me quedo así, sin más. Mirando fijamente. Sin parpadeos, sin devaneos, sin querer, en modo alguno, cambios en mi postura.

Y de repente te asomas a mi ventana.

En mi cara hay pequeños (incrédulos pequeños pliegues) de gesto raro. Pero permanezco inmóvil. Soy yo quien debería asomarme a mi propia ventana, pero ahí estás tú.

Te asomas y te vas. Vuelves y te quedas. De repente desapareces…

Mi silla tiene ruedas.

Es una buena silla. Hubo un tiempo en que la usé como transporte. La bajaba a la calle me sentaba y con un mínimo impulso conseguía una cómoda velocidad de crucero que me permitía llegar hasta el lugar en el que hago como que trabajo. Allí echaba el ancla y me quedaba un ratito cada día. Lo justo para ganar unas monedas con las que vivir.

Me pusieron una multa. Vehiculo no homologado, ponía. Ahora mi silla tiene el ancla echada permanentemente y yo me quedo inmóvil encima. Mirando por la ventana.

A veces te asomas.

A veces te vas.

He notado estos días que algo se mueve dentro. Creo que me tragué una de las ruedas de mi silla. Si te asomas verás que sigo quieta, con el ancla enganchada a mis pies atados a mi cuerpo estático.

Pero las apariencias engañan. Tengo, ahora, una rueda en el estómago. Que se mueve, arriba, abajo, en diagonal y también en sentido horizontal.

Hace leves cosquillas de esas que a veces sacan lágrimas sin risas y sonrisas de esas que no saben de motivos. A veces incluso pica, duele, me gusta y me hiere. Quise digerirla. No sé.

En el centro de mi cuerpo, dentro, movimiento.

¿Me mueves o me muevo?

En la ventana letras que giran, a la vez que giran las ruedas lentas ahora en mi barriga.

A veces saltan los anclajes y yo me muevo al ritmo que marca tu mirada en mi ventana asomada.

04 octubre 2006

Agua en los ojos


Groenlandia, como yo, se deshiela. Agua dulce centenaria se mezcla con agua salada y el mar, como yo, crece.

El azul del cielo contagia al mar y el mar a mis ojos. Me han dicho que tengo agua en los ojos.

Verde, azul, gris, turbulento o calmado… el mar en ambos iris. No sé esconderme en el mar. Quizás por eso cuando siento cierro los ojos. Demasiado desnuda si los dejo abiertos. Y es con ellos cerrados que mi mente vuela al mar de hace unos días…

Arena llena de mar en mis pies… sólo pies que caminan. Cuatro pies y una voz. Yo escucho.

Deslizo arena entre mis dedos, rescato recuerdos entre mis miedos, agarro una antigua casa de almeja y retengo dos o tres palabras escépticas.

Se metamorfosea mi inquietud en rara tranquilidad marina.

Groenlandia, la tierra blanca que quiso ser verde, se destapa de hielo y yo descubro que tras tantos silencios había tremendo miedo. “Te cuido si quieres…” oigo esas palabras como fondo tras las olas. Callo, camino. Dibujo mi camino en la arena fina.

Kilómetros de arena junto al mar caminados con pasmosa tranquilidad. Metros de disculpas recorridos con enorme facilidad.

Mis ojos se oscurecen con el día… me vuelvo oscura en la noche. Caminando el suelo negro se enfría y yo tiemblo mientras veo como se transforma mi deseo en amistad.

En los ojos tengo un mar pequeño. Me hundo, pero sé que no cubre.

Unas palabras piropean al cielo y de rebote me llegan a mí. Busco un escondite. Entro. Quizás sea timidez…

Sola. Me lleno de agua. Siempre sed de agua. Agua azul y mojada, agua verde, agua gris. Agua.