
-Tómate dos de estas. Luego reposa.
En mis ojos se dibujaron unos ocho interrogantes. Pero ella no me dejó verbalizarlos. Se había levantado y me invitaba sin contemplaciones a salir de la estancia. La puerta abierta y su mirada en la mía mientras con su mano me mostraba el camino de salida.
Unas pastillas azules. Dentro de la caja. Ninguna receta. Ya en casa miraba incrédula las pastillitas metidas cada una en su camisa de plástico. Tomé dos.
Y lloré. Lloré todas las lágrimas bebidas durante siglos de existencia. Lágrimas azules, verdes, rojas… blancas como la nieve. Negras como la noche.
Me sorprendió el final del día con los ojos mojados.
No quise reposar. Por eso en la noche más negra corrí para secar tantas lágrimas… Hasta que paré sin lograr secarlas.
Finalmente sólo lloré.
Y arrastraron las lágrimas los miedos, los sueños, pensamientos y sentimientos, células muertas y otras vivas, dolores intensos, indolencias persistentes… Mezcladas en disolución difusa, esperanzas con prejuicios, las caricias, los desprecios…
Después calma sonrisa.
Vendaval de disculpas de aquellos que en algún momento me hicieron llorar.
No saben que algunos médicos recetan pastillas para llorar. Pastillas que se tornan en lágrimas que fluyen en busca de sonrisas.
Guardo unas pastillitas azules para el dolor de cabeza.